¿Cuál democracia?

Rodrigo López Oviedo

Un rasgo característico de todo procedimiento electoral que presuma de democrático es el de ser tan claro que puedan entenderlo con facilidad todos los votantes. Tal claridad se da en los casos de mayoría simple y mayoría calificada, un poco menos en los de cociente electoral y casi ninguna en el de cifra repartidora.
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Pero un sistema electoral que es extraño a todo procedimiento democrático es el de Estados Unidos. El pueblo norteamericano no elige presidente; elige a un conjunto de representantes, llamados electores, quienes conformarán un mal llamado Colegio Electoral, el cual será el que realmente lo elija.

Es de anotar que, de acuerdo con las normas de la mayoría de los Estados de la Unión, los integrantes del Colegio no están obligados a respetar la decisión de sus votantes, lo cual entraña el peligro de que puedan cambiar de bando a la hora de las decisiones y obliga a las direcciones partidarias a ser muy cuidadosas al llenar las listas de aspirantes a electores, a fin de que queden constituidas con nombres que garanticen total fidelidad a sus banderas. Adicionalmente, el hecho de ganar en las urnas no garantiza que el candidato presidencial resulte elegido, como ocurrió con Franklin Roosevelt, John Kennedy y Donald Trump, quienes ganaron la presidencia en el Colegio Electoral, habiéndose perdido en las urnas.

En Colombia está establecido el sistema de cifra repartidora, pero su falta de claridad no le ha importado a muchos ciudadanos, los cuales solo están interesados en saber quiénes ganaron. Pero también se da el caso de otros menos conformes, pues de alguna manera tienen un interés más directo en los resultados, bien porque de estos depende un puesto o un contrato -lo cual es otra forma de vender el voto-, o bien porque tienen un auténtico interés en lograr que las expectativas con las cuales votaron se concreten en el resultado final de la respectiva campaña. Esto hace que no vean el sistema muy democrático, pues permite que un senador como Jonathan Tamayo haya sido elegido con 14 mil 885 votos, mientras otros candidatos se quemaron con votaciones cercanas a los 56 mil.

Al respecto de esto último, sería bueno analizar la conveniencia de establecer un procedimiento distinto al de la cifra repartidora, de tal manera que las curules se ganen con base en los votos de cada candidato, independientemente de los que saquen sus partidos. Esto podría servir para que las urnas premien los verdaderos liderazgos, antes que a la partidocracia, tras la cual se esconden las mafias electorales, amén de las de otros tipos. ¿No será este un buen tema de discusión para la izquierda?

RODRIGO LÓPEZ OVIEDO

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