San Andrés y otros riesgos

Rodrigo López Oviedo

La enorme tragedia que sufren nuestros compatriotas sanandresanos ha motivado una justificada solidaridad. Es la tragedia de un pueblo al que le han llegado acentuadas y al tiempo las peores desgracias que hoy gravitan en el mundo, la pandemia, venida de oriente, y el comportamiento de una naturaleza desordenada y frenética, ocasionada por las inescrupulosas ansias de mayor riqueza de los que todo lo tienen.
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San Andrés está demandando soluciones que no se ajustan a las que se están aplicando. Hasta ahora solo se han visto insuficientes, aunque necesarios paliativos, pero sus pobladores tienen derecho a que sus desventuras se conviertan en programas que eviten que los riesgos futuros no se conviertan en tragedia.

Fenómenos como el calentamiento global amenazan primeramente a las regiones costeras, y ante ello el gobierno no puede pasar de agache. La constitución le impone el deber de preservar la vida, y esta responsabilidad comienza en el momento mismo en que se detectan los riesgos contra ella. Los que hoy se materializaron en San Andrés fueron detectados hace más de tres años y nada se hizo. Igual ocurrió en Armero, y por igual desidia se perdieron más de 20 mil vidas, amén de una infraestructura construida con centenarios esfuerzos.

Lo que hoy hacen los isleños es ver cómo se palian sus destrozos físicos y humanos, lo cual es necesario, pero insuficiente. Lo que deben ver, además, es planes del gobierno, concertados con las comunidades, que los pongan a salvo de futuros peligros, lo cual puede implicar la reubicación de los emplazamientos humanos sometidos a tan alarmante posibilidad. ¿Que esto demanda cuantiosas inversiones? Sin duda. Sin embargo, la sumatoria de todos los recursos que se empleen no será comparable con lo que significa la vida de una sola de las potenciales víctimas, cuya salvaguarda no puede eludir el Estado, pues suyo es este deber, según lo impone nuestra carta magna.

Lo dicho también es pertinente para el Tolima. Los peligros que hoy se ciernen sobre la región son muchos. El Machín, el volcán Nevado del Tolima y los muchos ríos y quebradas que tienen pobladas buena parte de sus orillas por humildes lugareños son solo algunos de ellos, y esto sin contar con la falla geológica denominada falla de Ibagué, que atraviesa la zona en donde están ubicados el Sena, la Universidad del Tolima, el hospital Federico Lleras y el estadio Manuel Murillo Toro. ¿Podremos esperar que las autoridades de Ibagué y el Tolima destinen los recursos materiales y humanos necesarios para anticipar soluciones ante estos riesgos? Ojalá que así fuera, pero la experiencia no nos da para que alberguemos tanta esperanza.

RODRIGO LÓPEZ OVIEDO

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