¿Quiénes financian las campañas?

Rodrigo López Oviedo

En su última columna de El Espectador, Juan David Ochoa afirmó que “El Congreso de esta república letárgica sigue legislando para nadie”.
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Es este un pensamiento que de seguro cuenta con muchos seguidores, aunque no deja de contar también con uno que otro contradictor, especialmente entre quienes no se dejan seducir por las apariencias de una escurridiza realidad que se resiste a tener que confesar sus verdades más íntimas.

Aprovechando el hecho de mi obligado encierro, me di a pensar un poco más a fondo sobre este tema, y encontré algunas verdades que prefieren no ver los integrantes de aquellas células legislativas, pero que, si las vieran, preferirían que sus electores no lo hicieran. ¿Por vergüenza? No lo creo. Más bien sí por temor a perder electorado.

El primer aspecto que encontré no tiene nada de novedoso, pues está relacionado con el interés personal que casi todos los políticos esconden al momento de buscar su elección. Es el interés en contratos, puestos, canonjías, en fin, en las más variadas prebendas que se puedan alcanzar a cambio de un respaldo a determinadas iniciativas legislativas. De esto todo mundo habla, lo cual me libera de mayores referencias.

El otro aspecto tiene que ver con el quién financia y el porqué de los financiadores que están puertas afuera de los directorios. La respuesta sobre este particular está en la actividad propiamente legislativa, y más concretamente en la manera como el beneficiado con tales respaldos económicos queda obligado a votar. Esta es la razón de que terceras personas dejen en manos de los futuros congresistas gruesas sumas de dinero, con las cuales estos puedan garantizarse su ingreso al chiquero parlamentario.

Esos financiadores extramuros son los interesados en que del Congreso salgan leyes que les reduzcan sus impuestos, que les abaraten las cargas laborales, que faciliten la represión de la protesta social, que achiquen la democracia, que enturbien los procedimientos judiciales para alivianar zozobras penales de expresidiarios innombrables, en fin, que permitan multiplicar por diez o por mil lo que invirtieron en campaña.

Ese comprar y dejarse comprar es lo que ha erosionado la imagen congresual. En palabras del mencionado Juan David, las dos cámaras “Perdieron el prestigio y los principios lógicos para defenderse entre un lenguaje racional, perdieron las últimas banderas de la coherencia y los últimos estrategas entre sus filas de conservadores prehistóricos”. Pero perdieron también 19 curules a manos de una oposición que promete convertirse en mayoría en 2022, si el lastre del sectarismo no les impide ir unidos a los comicios de ese año, en los cuales también podría producirse el salto de Petro al solio presidencial.

RODRIGO LÓPEZ OVIEDO

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