Excepto jovenel, no hay muerto malo

Rodrigo López Oviedo

Jovenel Moïse llegó al final de su existencia sin tener la oportunidad de arrepentirse: El pasado 7 de julio, en horas de la madrugada, 28 asesinos a sueldo llegaron a su residencia y le cegaron la vida sin concederle un segundo para el arrepentimiento.
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Dicen que no hay muerto malo; sin embargo, Jovenel Moïse, desde cuando se hizo presidente de Haití, dio evidencias de que iba a ser una de las excepciones: Apenas posesionado, comenzó a anegar en sangre las calles de Puerto Príncipe. En una de las masacres perpetradas bajo su gobierno perecieron 71 ciudadanos. De esa manera respondía el déspota a un movimiento popular que ha tenido que hacer de la protesta su válvula de escape ante una tiranía que mantiene a los haitianos en la peor crisis humanitaria del continente.

Jovenel Moïse gobernó bajo la situación político-institucional más caótica de Haití. Ganó la presidencia en octubre de 2015, pero su triunfo le fue desconocido, y tuvo que ganarla de nuevo en 2016, lo que le permitió posesionarse en febrero de 2017 y conjeturar que su período constitucional finalizaría en febrero de 2022. Sin embargo, sus oponentes hacían otras cuentas. Según estos, su período presidencial comenzó a correr desde su primera elección, la misma que le fue desconocida y que, de haber devenido en las consecuencias que hubieran sido de esperar, le habría permitido posesionarse en febrero de 2016 y gobernar hasta el 2021.

Popularmente decimos que no hay mal que por bien no venga. Esa frase encaja en este caso, en el que el magnicidio perpetrado puso fin a esa falsa incertidumbre de fechas y periodos. Lo terrible es reconocer que lo que queda es peor. Está ligado a duros enfrentamientos entre quienes se disputan la sucesión de Moïse -incluidos nostálgicos integrantes del duvalierismo-, sin que del resultado al que se llegue pueda esperarse algo bueno para el pueblo, que solo tiene en el Frente Patriótico Popular un hálito de esperanza. En cambio, sí favorable a las élites, ahora protegidas por la G9, una federación de bandas paramilitares cuyo agrupamiento se le debe a una supremacista blanca que actúa bajo el manto de la ONU.  

Es de destacar, para desgracia nuestra, que 26 de los 28 sicarios eran colombianos. Nuestro ministro de Defensa, Diego Molano, ha reconocido que 6 de los colombianos hicieron parte de las Fuerzas Armadas de Colombia. Así no hayan sido más, lo cual está en duda, la pregunta es forzosa: Hacen parte estos señores de las fuerzas de ocupación que ha exportado el gobierno colombiano a países como Yemen para socavar los procesos democráticos de sus pueblos?

 

RODRIGO LÓPEZ OVIEDO

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