Uribe ante la CEV

Rodrigo López Oviedo

La Comisión de Esclarecimiento de la Verdad es un fruto de los Acuerdos de La Habana.
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Su propósito ha sido el de ayudar a establecer las causas y desarrollos del conflicto armado, proporcionarles a las víctimas el conocimiento más aproximado posible a la verdad de lo acaecido a lo largo de los más de 60 años que llevaba la guerra que se pretendía finalizar con los Acuerdos y contribuir a sentar las bases que evitaran su repetición.

Hasta dónde se ha logrado avanzar en el logro de tan nobles propósitos es un interrogante sobre el que siempre habrá respuestas cargadas de serias dudas, pese a que ha despertado en muchos colombianos la más generosa disposición a informar fidedigna y cabalmente sobre los hechos del conflicto de que han tenido conocimiento, así como de sus motivaciones y responsables.

Lamentablemente, como todo en la vida, en tal actitud ha habido no pocas excepciones, especialmente entre quienes han pelechado y desean seguir pelechando a la sombra de una violencia de la que han derivado riqueza y poder y a la que no pueden renunciar sin ir contra sus intereses.

Entre tales exceptuados está la plana mayor del Centro Democrático y, ocupando destacado lugar, su incorregible jefe, el expresidente y jefe actual de la Casa de Nariño, quien se negó sistemáticamente a comparecer ante dicha Comisión, pues dice no reconocer ninguna de las instituciones constituidas en los Acuerdos de La Habana.

Esa comparecencia solo pudo lograrse este pasado 16 de agosto, aunque hay quienes dicen que la que compareció fue la Comisión, pues, para que la diligencia pudiera llevarse a cabo, tuvo que realizarse en Rionegro, en la propia casa de este personaje y bajo las condiciones impuestas por él, condiciones de las cuales da cuenta la presencia provocadora y agresiva de los propios hijos del ex y actual mandatario, quienes, actuando con la abierta complicidad de este, increpaban furibundos especialmente a la comisionada Lucía González, a quien le exigían confesar un supuesto sesgo pro Farc.

Como era de esperarse, las confesiones de verdad y compromiso de no repetición de Uribe brillaron por su ausencia. Todo no fue más que un sistemático copie y pegue de sus conocidas retahílas, mediante las cuales procura navegar contra la corriente, alegando contraevidentes inocencias. Pero eso no es lo que importa. Lo que importa es la vergüenza de que hayamos tenido que volver a ver un nuevo desaguisado de burlas contra instituciones creadas en aras de la paz, de manos de un personaje que ha dejado que sus odios y venganzas desborden los linderos de sí mismo y nos emporquerice a todos. ¿Hasta cuando?

RODRIGO LÓPEZ OVIEDO

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