Sobre el derecho a contagiar

Rodrigo López Oviedo

Que la libertad personal llega hasta donde comienza la de los demás es una afirmación de extendida aceptación, sobre la cual deberían reflexionar las personas reacias a vacunarse contra el Covid-19.
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En general, es aceptable que cada persona, independientemente de su grado de información, decida libremente vacunarse o no. Sin embargo, ante el Covid-19 es necesario tener en cuenta otras consideraciones, pues esta enfermedad puede acarrearle graves consecuencias a quien rechaza inmunizarse, pero también grandes inconvenientes a la comunidad a la que pertenece, ya que puede contribuir a que se extienda el contagio en ella, generando altos niveles de zozobra e incluso el cierre preventivo del aparato productivo, como ocurrió entre nosotros en la parte inicial de la pandemia, hasta cuando los grandes cacaos de la economía hicieron sentir toda su capacidad de presión sobre el gobierno para que reversara las pocas decisiones que protegían a los colombianos.

El Covid-19 ha ocasionado más de cinco millones de muertes en el mundo, sin que las víctimas fatales, ni tampoco las sobrevivientes, hayan podido evitar los estados de ahogo, altos niveles de fiebre, pérdidas sensoriales, náuseas, dolores paralizantes y fatiga permanente, entre otros síntomas que hacen de esta enfermedad una de las más penosas de cuantas existen.

Con semejante carga de muerte y sufrimiento, es inaceptable que haya quienes decidan no vacunarse, sobre todo habiendo evidencias tan notorias y científicamente comprobadas sobre su fácil transmisión a través de las secreciones respiratorias emitidas por el infectado al toser, estornudar o simplemente hablar ante receptores que se hallen a menos de dos metros de distancia.   

Cómo aceptar, entonces, que alguien no se vacune si con ello está comprometiendo la tranquilidad, la salud y la vida de sus semejantes. Cualesquiera que sean sus argumentos, estos resultan inaceptables si las consecuencias que causan en su entorno son de tal naturaleza. Estas personas, ante la imposibilidad de controvertir científicamente a otros voceros más autorizados, deberían hacer uso del beneficio de la duda y proceder a vacunarse, pues de lo contrario podrían tener que hacerse cargo de insufribles remordimientos cuando su salud y la de sus allegados comiencen a desfallecer por causa del virus.

A propósito, entretanto quienes niegan la necesidad de la vacunan no demuestren con fundamentos científicos la veracidad de sus afirmaciones, ¿no debería el Estado ir más allá de sus recomendaciones de prevención y asumir una tarea pedagógica capaz de disuadir al menos a los indecisos, que son muchos más que los convencidos, haciendo uso de los hallazgos científicos conocidos hasta el momento? De seguro que con esta labor complementaria disminuirían drásticamente las posibilidades de hospitalización y muerte de muchos colombianos.


 

Rodrigo López Oviedo.

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