Entre la firmeza y el oportunismo

Rodrigo López Oviedo

Muchos se preguntan cómo hizo Gustavo Petro para atraer a tantos personajes otrora contrarios a su pensamiento y tan alejados de los intereses que él representa, y de seguro no habrá de faltar quienes digan que ello obedece a la costumbre muy generalizada de vivir arrimados al árbol que más mermelada dé.
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Aunque en la anterior respuesta hay mucha validez, hay, sin embargo, otra que vale la pena considerar; la que está encerrada en la lacónica frase, cargada de pragmatismo, que dice: “del ahogado el sombrero”.

Quienes esto piensan, están deseando que al menos no sea mucho lo que pierdan con un Petro que sabe para dónde va, y que asume su camino con la determinación de quien cree firmemente que al final encontrará lo buscado, pese a los muchos obstáculos que deberá sortear.

Un botón basta de muestra: cuando el ingeniero Rodolfo Hernández aún cultivaba la ilusión de ser presidente, Petro ya fungía como tal: ya convocaba a los perdedores a un gran acuerdo nacional, ya invitaba a la paz a todos los armados y daba ejemplo en su relación con los “nadies” de lo que sería su política del amor. Hasta los gringos sabían de esto; por eso, no bien conocido el resultado de las urnas, se apresuraron a visitarlo, no fuera a ser que se les separara mucho de su lado.

Ese actuar ya, con firmeza, irradiando seguridad, es la manifestación de una personalidad que ha labrado en pugna con un entorno que siempre le fue hostil, pero en el cual encontró coincidencias con los más humildes, circunstancia que lo llevó a las armas, al exilio, al Congreso, a la alcaldía distrital y ahora a la Presidencia de la República, sin que se le hayan conocido nunca ambigüedades ni rupturas ideológicas que lo hagan ver débil en la confrontación, distinto en sus prácticas a sus convicciones ni acomodado a circunstancias que no sean las que hay que asumir cuando de confrontar a los poderosos se trata.

Tal continuidad ideológica y política es la que le ha merecido llegar al Palacio de Nariño, pero es también la que ha llevado a buena parte de sus contrarios al convencimiento de que con ponerse de frente contra él nada se logra, y que más les vale bailar al ritmo que él imponga, mientras llega el momento propicio para cambiar de música. A esa actitud es a la que se le conoce como oportunismo. ¿Hasta cuándo podrán mantenerse en ella? Muy seguramente hasta cuando choquen con los sólidos principios en que está enfundado este líder, en nada proclive a traicionar a los suyos.

RODRIGO LÓPEZ OVIEDO

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