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Durante estos 100 días, el país ha comenzado a ver que por fin llegó al Palacio de Nariño un hombre con temple de estadista, capaz de poner al país a caminar soberano hacia un destino libremente definido, y no un ser manipulable por las castas oligárquicas ni manipulador del pueblo al que debe servir desde el gobierno que le ha sido confiado.
Gustavo Petro ha demostrado en estos 100 días que todo su interés lo tiene puesto en el cumplimiento de sus promesas de campaña, sin incurrir en engañosas ilusiones. Él bien sabe que tiene en oposición a una casta capaz de hacer ver contrarias a los intereses populares cuantas propuestas choquen con los suyos, no importa que ellas beneficien a un pueblo que ha estado condenado a sobrevivir con lo poco que cae de la mesa del rico epulón, ni que para impedirlas tenga que pasar por encima del código penal.
De esas promesas de campaña hace parte el propósito de ampliar la democracia, de cuyo cumplimiento podemos presentar como evidencia los actuales Diálogos Regionales Vinculantes. Son su objetivo lograr la participación ciudadana en la elaboración del Plan Nacional de Desarrollo, haciendo que la democracia no se limite a un simple ritual electoral de cada cuatro años, como lo ha sido hasta el presente, sino también una permanente oportunidad para que el pueblo exprese su sentir sobre la cosa pública, permitiéndole, además, participar en su manejo.
De allí la importancia que tiene la movilización conmemorativa de estos primeros 100 días y lo imperativo que resulta continuar realizándolas, bien sea para frenar a esa oposición cada que sea necesario, para apoyar cuantas iniciativas le convengan, para dejar por sentado que tal respaldo gira en torno a programas, y no a personas, y que su compromiso es a defenderlos e incluso, para evitar que se desvíen de su propósito sin una causa que lo justifique. De esa envergadura y fines es la jornada de hoy.
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