Palabras inútiles

Ernesto Rueda Suárez

Dijeron que hubo “tibieza” en la visita a Caracas de la alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet. La expresidenta –de orientación socialista– que gobernó en dos ocasiones Chile, sin que chistara una crítica al régimen chavista, fue recibida por Maduro y su cúpula, con todos los arreos civiles y militares que exige el protocolo del caso.

Los sátrapas parecían felices, pero todo se desinfló cuando el informe mostró lo que encontró, y que todo el mundo ya sabe; represión masiva y ejecuciones; crisis humanitaria en salud, educación y alimentación; persecución e impunidad; torturas, hasta la muerte en muchos casos; detenciones arbitrarias; éxodo y violaciones masivas de los derechos fundamentales de comunidades indígenas. Las cifras son aterradoras y los hechos evidentes.

El régimen se defiende, y cosa curiosa, sin usar los acostumbrados ditirambos e insultos. Bachelet es demasiado respetable y creíble para llegar a tanto. No es ninguna Trump. El informe les pareció –eso sí– parcializado, distorsionado e incompleto y que no consultó todas las fuentes. Es muy seguro que tengan razón, ya que el régimen “sabe más”, puesto que si eso –el informe- es lo visible ¿cuánto queda oculto? Gastaremos años y hasta décadas en saberlo.

Como despedida a Bachelet, el torturado capitán de corbeta Rafael Acosta muere en pleno juicio, y su cuerpo invisibilizado, tal vez para negar lo evidente al mundo entero, puesto que el negacionismo es otra característica de los regímenes nacional populistas. También al señor Vivanco, de la Ong HRW, le pareció incompleto el informe, aunque resaltó su enorme importancia. No hubo una condena radical y tajante -eso le pareció-, y no hubo solicitud de llevar a tribunales internacionales a los responsables por sus horribles crímenes. No creo que esa sea una función de la comisión que preside la señora Bachelet. A los regímenes criminales primero hay que tumbarlos, como en el caso nazi, el Pol Pot, la exyugoeslavia o en varios países africanos. A otros los salvó la muerte -o la impunidad- como a Pinochet, Mao o Stalin, pero no la historia.

eruedas41@gmail.com

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