¿Paz gratis?

La gran paradoja que vive Colombia en la actualidad es que muchos queremos la paz, pero pocos están preparados para construirla y creen. Es más, una gran cantidad de personas creen, ingenuamente, que la paz es gratis.

Explico. La paz no es simplemente firmar un acuerdo, lo cual requiere no sólo de paciencia, sino también de decisión y persistencia, como se está haciendo en la mesa de negociación en La Habana.

Firmar un acuerdo es relativamente “fácil”, si se compara con lo que significa construir de manera responsable la paz, de tal forma que el conflicto no se reproduzca.

La experiencia de otros países muestra que el precio de hacer la paz es alto y por eso la sociedad colombiana tiene que prepararse para asumirlo y pagarlo.

El precio de la paz pasa por diseñar el dificilísimo equilibrio entre la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición, que deje satisfechas a las víctimas, a los excombatientes y a la mayor parte de la sociedad. No caigo en la ingenuidad de decir a “todos los colombianos” deben quedar contentos, porque sé que hay unas minorías muy fuertes que no quieren la paz y están dispuestas a sabotearla.

Pero, además, construir la paz requiere que la inmensa mayoría del país se reconcilie, pues de lo contrario puede resurgir el conflicto armado. Y esa no es la idea.

Así las cosas, de nada sirve que se desmovilicen las Farc y luego el ELN, si el odio -que tanto alientan algunas fuerzas políticas de extrema derecha, que pregonan por la guerra perpetua y ponen condiciones imposibles para la paz- sigue dominando la agenda e influenciando de manera negativa a la opinión pública.

Durante un par de años trabajé con la Agencia Colombiana para la Reintegración, que se encarga de la muy ardua e incomprendida tarea de reincorporar a la sociedad de los desmovilizados de los grupos paramilitares y las guerrillas. Y ahí comprobé cómo muchos colombianos les piden a los miembros de esos grupos que dejen las armas, pero cuando vuelven a la vida civil les cierren las puertas.

Hablando en números gruesos, en los más recientes 10 años se han desmovilizado más de 50 mil personas en Colombia. Son más de 30 mil paramilitares y otros 20 mil de las Farc y el ELN.

Cuando esas personas -muchas de las cuales llegaron al conflicto contra su voluntad o porque no tenían más alternativas en la vida- se desmovilizan y deciden emprender el proceso de reintegración pasan por un proceso de acompañamiento psicosocial, reciben educación (el 70 por ciento es de analfabetas funcionales), se entrenan para el trabajo en instituciones como el Sena, y hacen trabajo social con las comunidades. No pocos de ellos van a la universidad y algunos ya se han hecho profesionales.

Pese a los prejuicios, el rechazo y la estigmatización, buena parte de esas personas hacen bien la tarea y quieren dejar atrás su pasado.

Tal y como están las cosas, y pese a las grandes dificultades, es muy probable que en los próximos meses se firme un acuerdo con las FARC y también con el ELN, para ponerle fin a medio siglo de vida de unas guerrillas que han causado tanto daño y dolor.

Pero cuando pienso en el futuro de los siete mil 500 hombres y mujeres en armas que tienen las Farc, en los mil 500 del ELN y en sus redes de apoyo (se estima que por cada guerrillero hay entre dos y tres personas más), veo que la reintegración será titánica.

Y ahí es donde la sociedad colombiana tiene que hacer su aporte. Si el país les cierra las puertas a esos miles de desmovilizados que llegarán a las ciudades, entonces se torpedeará la paz.

Obviamente la construcción de la paz no es sólo la exitosa reintegración de los excombatientes, sino también la realización de reformas de tipo político, rural y de sustitución de cultivos ilícitos.

Por eso, es mejor prepararnos para la paz y alistarnos pagar su precio, en lugar de seguir una guerra perpetua, que para muchos ya es parte del paisaje.

Credito
HERNANDO SALAZAR PALACIO

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