Vendo mi voto

Hernando Salazar Palacios

La democracia es simultáneamente un fin y un medio. Un fin, en la medida en que es un sistema donde hay división de poderes y estos tienen límites, rige el imperio de la ley, se rinden cuentas, se exigen responsabilidades, se imponen las mayorías y se respetan los derechos de las minorías. Y es un medio en la medida en que las votaciones nos permiten escoger a nuestros gobernantes.

Hablando de la democracia como un medio, voy a decirlo sin tapujos: estoy dispuesto a permutar o a vender mi voto. Al fin y al cabo eso es lo que hacemos los electores. Votamos por alguien que nos promete algo a cambio: un proyecto de ciudad, de departamento o de país, o algo más concreto y más terrenal, como un puente, un colegio, un hospital, la pavimentación de una vía, un nuevo sistema de transporte, un puesto público o un contrato.

En ese juego hay todo tipo de resultados: Algunos candidatos prometen y no cumplen, otros cumplen a medias, otros roban y no cumplen, otros roban y medio cumplen, etcétera. Y en esas nos la pasamos toda la vida.

Las elecciones son una transacción. Yo voto por usted, si –a cambio- usted me da esto o aquello. Se trata de un negocio que está mediado generalmente por la confianza o el interés que deposita el elector en el candidato o por la plata que el uno le da o le promete dar al otro.

Una colega de Sincelejo me contaba hace ya varios años que el día de elecciones era toda una feria de la oferta y la demanda en la capital de Sucre. La pregunta que muchos de los electores salían a formular ese día era simple: ¿a cómo están pagando por el voto? De acuerdo con el presupuesto de los candidatos, pues ganaba el que más plata invirtiera en la compra de votos. Y de esa manera se prostituía la democracia como medio.

No quiero decir que lo que sucedía o sigue sucediendo en Sincelejo y en muchos lugares de la costa Caribe y del interior del país sea una práctica generalizada. Si llegara a serlo, pues esta democracia terminaría siendo una completa puesta en escena.

Como el voto es lo único que me hace igual a mí que a usted, pues vale lo mismo su voto que el mío, independientemente del patrimonio, los títulos académicos, la conducta o la reputación. Por eso mi invitación es a que no vayamos a feriar el voto de este 25 de octubre, si es la única oportunidad que tenemos de incidir en el destino de nuestras ciudades y departamentos.

Y remato con algo que no les importa a muchos de mis lectores, pero de lo cual voy a dejar constancia: Si yo tuviera mi cédula inscrita en Ibagué, votaría –sin duda alguna- por Guillermo Alfonso Jaramillo, porque creo en sus promesas, porque ha dado muestras de pulcritud en el manejo de lo público y porque es un hombre con un proyecto de ciudad en la cabeza. Para la Gobernación del Tolima, no dudaría un segundo en votar en blanco. No hay de qué hacer un caldo. Ojalá ganara el voto en blanco, para repetir las elecciones a la Gobernación con otros candidatos.

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