Los perdones por el Palacio de Justicia

Hernando Salazar Palacios

Los 30 años de la sangrienta toma y retoma del Palacio de Justicia demuestran no solo cuánto nos cuesta pedir perdón en Colombia-la democracia “más antigua” de América Latina, que lleva 67 años de conflicto armado-, sino también la forma como eso afecta la búsqueda de la paz.

El ex presidente Belisario Betancur, quien la noche del 7 de noviembre de 1985 salió desencajado por la televisión y dijo que él asumía la “responsabilidad política” por las decisiones que su Gobierno tomó en esos dos días fatídicos, hoy dice que “pide perdón”.

Pero no aplaudan, amables lectores, porque el anciano ex presidente condicionó ese pedido, cuando afirmó: “Si errores cometí, pido perdón a mis compatriotas”.

¿Cómo así que “si errores cometí”? ¿Será que cuando Betancur habla de “errores” se refiere a las torturas a que fueron sometidos varios rehenes que salieron del Palacio, a la ejecución extrajudicial del magistrado Carlos Horacio Urán y a la desaparición forzada de una docena de personas? ¿Será que está metiendo en la lista de “errores” al magistrado Alfonso Reyes Echandía, muerto por una bala que no era de la guerrilla?

Pero hay cosas peores que el perdón condicionado de Belisario. Como la declaración de Noemí Sanín, quien en 1985 como ministra de Comunicaciones se tomó el trabajo de llamar -en torno meloso pero firme- a los medios a pedirles “prudencia”, silenció a la radio y mientras el Palacio de Justicia ardía puso al país a ver un partido de televisión en el que Millos derrotó 2 - 0 al Unión Magdalena.

Ahora la señora Sanín expide una declaración -sin atreverse a salir por la radio ni por la televisión- en la que dice que ella no tiene por qué pedir perdón, porque rebuscó en su consciencia y no encontró “motivo alguno” para hacerlo. Esto es como para la sección “Aunque usted no lo crea”, de Ripley.

Más valiente, aunque sin mucha contundencia, fue el senador Antonio Navarro, quien hace 30 años hacía parte del M-19 y en estos días declaró: “Sin haber sido participante directo o indirecto de los hechos pido perdón una vez más al nombre del M-19 por los hechos tan graves de noviembre de 1985”.

En cambio, sin rodeos, el presidente Santos, acatando una orden de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que condenó al Estado de Colombia, expresó: “Reconozco la responsabilidad del Estado colombiano y pido perdón”.

El presidente Santos habría podido poner a alguno de sus ministros a pedir perdón, pero lo hizo él mismo. Como también lo hizo cuando ocupaba la cartera de Defensa en el gobierno de Uribe y pidió perdón por la desaparición forzada de 43 campesinos en Pueblo Bello, ordenada por Fidel Castaño en represalia por el robo de 43 reses de ganado. En esa ocasión, el presidente Uribe -tan recio y tan valiente- no se atrevió a pedir el perdón que ordenó la Corte Interamericana.

Hace cinco años, cuando hice una nota para la BBC sobre otra orden de pedir perdón -por el asesinato del senador comunista Manuel Cepeda- hablé con la antropóloga María Teresa Uribe.

Ella me manifestó que en Colombia se banalizó la forma de pedir perdón y que eso es muy grave. También hablé con el filósofo Guillermo Hoyos, de la Universidad Javeriana, quien advirtió que sin cultura del perdón no podremos superar el conflicto armado.

Por eso me gustó tanto lo que dijo esta semana Ingrid Betancur, quien estuvo seis años y medio secuestrada por las FARC, cuando habló de la condena en Estados Unidos a 27 años de prisión contra el guerrillero Diego Navarrete, por el plagio de tres contratistas estadounidenses.

“Para mí lo más importante de este suceso son las declaraciones de Navarrete en el sentido de pedir perdón por el secuestro, porque más que una condena es pensar que hay una reflexión y un arrepentimiento”, dijo Ingrid en Caracol Radio.Ahora que estamos anhelando la paz no solo el Estado debería pedir perdón. También las FARC. Y sin disimulo. 

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