El Papa Jesuita

Nelson Germán Sánchez

Modestamente creo -y sin ser un experto en esa materia- que es la formación de jesuita de Jorge Mario Bergoglio la que le ha facilitado imprimir un nuevo rostro y dar un nuevo aire a la Iglesia Católica del mundo. Su formación vocacional al servicio del pueblo de Dios y no para la administración o el gobierno de la estructura jerárquica de la misma iglesia le ha permitido ser quien es, sin necesidad de esforzarse en crear una figura pública de Papa cercano, austero y modesto.

Ese es sin duda el secreto de su éxito con los fieles y la credibilidad que ha logrado desde el 13 de marzo de 2013, cuando fue elegido como Obispo de Roma y sucesor del sillón del apóstol Pedro.

Y es que cuando uno comienza a escarbar históricamente sobre el creador de la orden de los jesuitas (Ignacio de Loyola), descubre que por haber vivido en pleno siglo XVI, el de la opulencia de reyes y señores feudales e ir en contravía de aquello que querían imitar muchos sacerdotes y obispos, en seguramente querer verse, sentirse, vestirse y comportarse como los miembros de tales casas reales frente a los súbditos, de Loyola entendió que el camino era otro: el servicio, antes que las jerarquías.

Entiende uno entonces por qué se escuchan ahora mensajes frente a que la visita que hará el Papa esta semana a cuatro ciudades del país (Cartagena, Medellín, Bogotá y Villavicencio) no es un espectáculo, show o acto político, sino un acto de fe, de religiosidad, además, por supuesto, de la visita del representante del estado Vaticano.

Es necesario, por tanto, estar atento tanto a sus homilías, las explicaciones litúrgicas que hará y que seguramente serán muy enriquecedoras en lo espiritual, como también en lo personal y en lo colectivo; al igual que cuestiones filosóficas, de la actualidad, sobre los contextos de los hechos, los mensajes explícitos y no explícitos (lenguaje no verbal, su postura, lenguaje corporal...) con el que también transmite y quiere enseñar.

Su llegada hay que tomarla como un primer paso hacia la reconciliación con nosotros mismos, a dejar de ver al otro como enemigo, para respetarlo en la diferencia, en su postura, en sus concepciones e intereses, sin que ello se traduzca en estar de acuerdo u olvidar. No hay tampoco que hacerse muchas ilusiones. Su visita no acabará con la pugnacidad política, la polarización extrema, no eliminará los jueces, fiscales o magistrados corruptos, ni la construcción de la mentira como arma para tratar de amedrentar, desprestigiar o callar al otro. Lo que sí instalará seguramente el papa Francisco en la mente de quienes lo escuchen serán profundas reflexiones personales para sopesar. Para comprender qué tales acciones y comportamientos no dejan nada más allá que victorias pírricas que hunden a las personas en su propia desazón.

Aprender, respaldar e impulsar la lucha contra la injusticia, la inequidad, la politiquería, el abuso de poder, la obsesión desquiciada por el poder y la desigualdad en todas sus formas (económica, social, educativa) seguramente serán parte de sus intervenciones.

Y, claro, ¿por qué no? Su presencia en el país servirá para darnos un solaz espiritual, beneficiarnos de una que otra bendición con la consabida absolución de los pecados, precedidos del arrepentimiento, para iniciar un borrón y cuenta nueva espiritual. Bienvenido el primer Papa latinoamericano al país. Gracias, Francisco.

–Gersan-

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