El inicio de la censura

Nelson Germán Sánchez

–Gersan-

Para aquellos que pregonan que la censura a medios de comunicación, periodistas y opinadores era un cuento chino en Colombia o había tomada formas más refinadas desde el Estado, los poderes públicos y privados con publicidad, alianzas, engrases, favores o relacionamientos institucionales, creo que el fallo de la Corte Suprema de Justicia los despertó de un golpe.

El hecho de que el tribunal ordene, al fallar una demanda de responsabilidad civil de la exviceministra de Aguas, Leyla Rojas, en contra de publicaciones Semana, abre un boquete enorme a la confidencialidad entre fuente y periodista, pues el fallo se convierte en jurisprudencia no solo para lo relacionado con el acceso a la información pública y fuentes, cuya reserva es la columna vertebral de la labor periodística. No estoy de acuerdo en que se está solamente poniendo en riesgo la libertad de prensa, como lo señaló la Asociación Colombiana de Medios de Información, se está poniendo en riesgo el derecho a la información libre de cualquier ciudadano. Porque dejarlo solamente en el terreno del derecho a la libertad de prensa, puede interpretarse de manera excluyente y verse como un privilegio de periodistas o de medios de comunicación. Por el contrario, se trata es de un derecho no solo colombiano sino universal frente al acceso a la información o informaciones verdaderas, verídicas, veraces o como se quiera llamar sobre todo del sector público. Más allá de que Naciones Unidas, en la resolución 59 de su Asamblea General, haya reconocido el derecho a la libertad de expresión y el de información como integrante de tal desde 1946, y en 1948 ese mismo derecho a la información como parte de los Derechos Humanos, o que el artículo 20 de nuestra Constitución lo establezca como principio, eleve la responsabilidad de los medios a la categoría social, dé el derecho a los ciudadanos a la rectificación, lo transcendental es que plasma que no habrá censura.

Y es precisamente de ello de lo que debemos cuidarnos al extremo. Somos buenos para hacernos los de la vista gorda, no ver las amenazas que se nos ciernen, creer que eso aquí nunca pasará. Pero creo que el fantasma de la censura apareció fuerte, en forma de fallo judicial. Las cosas hay que llamarlas como son. Ante una justicia desprestigiada en la ciudadanía, su parsimonia, fallos inexplicables, burocratizada, politizada y con la corrupción que llegó a sus más altos niveles, debe haber más de uno dentro de esa rama que quiere arremeter contra la prensa o frenar los ímpetus de denuncia mediática. Y ese fallo, me huele revanchismo. No disculpo o desconozco las fallas en la actividad periodística, que se deba ejercer un control claro, se señalen sus exageraciones o equivocaciones, que se aplique con rigor la ley y la sanción social como a cualquier actividad en caso de fallar de manera execrable; de mentir, inventar o prestarse a otros intereses que no sean el de informar la verdad de los hechos, orientar la opinión, dar contextos, diversos puntos de vista, analizar antecedentes y consecuencias posibles en lo noticiable, pero sin apelar a la manoseada “objetividad” inexistente, pero sí a la orientadora neutralidad y el equilibrio informativo en el ejercicio profesional. Tampoco estoy diciendo que toda la rama judicial sea pútrida. Pero sí que se pueden estar cocinando intereses desde varios frentes para callarnos. Miren Venezuela, Ecuador, Estados Unidos, Francia…

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