El riesgo de ser bufones modernos

Nelson Germán Sánchez

En una época como la actual, en un momento como el que vive nuestro país y el mundo de crispaciones políticas, adoctrinamiento a través de redes, radicalismos de izquierda y derecha, pugnacidad permanente, exacerbación de odios o de miedos hacia lo que no entendemos o nos dibujan como supuesta amenaza o enemigos, viene bien al periodismo (los periodistas) hacer un alto en el camino, replantearse el ejercicio, pensar sobre lo que se está haciendo y cómo se está haciendo.

Es verdad, como han señalado distintos estudiosos en la materia, que estamos en una especie de contradicción medios y periodistas porque mientras más abunda la información (en parte gracias a las redes sociales), más escasea la verdad, cuya búsqueda es la esencia de nuestra profesión.

Pareciera que por ratos se pierde el rumbo y se está más al servicio mismo de los intereses de los poderosos, politiqueros, gobiernos, campañas, fuentes mismas, que de dotar a la ciudadanía de la verdad de los acontecimientos, sus causas, consecuencias, contexto, presentar variedad de voces y posturas, confrontar datos, relatos, informes, indicadores, que nos permitan llamar las cosas por su nombre y no con eufemismos convenientes a uno y otro sector.

Un poco más dedicados desde lo fácil y con la excusa el afán, del impacto, de la audiencia, like, aumentar seguidores, buscar reacciones emoticones de me encanta, me entristece, me asombra, agrandar influencia digital o personal (el ego-periodismo), que de proporcionar información noticiosa de calidad y bien estructurada para que el ciudadano haga su propio proceso de análisis, saque conclusiones y en algún momento tomar decisiones (así sea un simple voto a conciencia) en beneficio propio y por el bien común.

El problema se gesta incluso desde la propia estructura que estamos dando a la información, porque a todo se le da el mismo trato “light”, de abordaje ligero, de narrativa apresurada y altisonante, sin percatarse que la gente no traga tan entero, sabe de los intereses de los periodistas y/o los medios de información, de sus contratos publicitarios con entidades, de las alianzas comerciales, de los proyectos especiales que desarrollan conjuntamente con ellos o personajes, a los cuales antes daban “palo” y ahora solo destacan cosas buenas y supuestos resurgir, lo cual es tan evidente que quienes leen, escuchan o ven ya no creen en el producto presentado.

Fue precisamente perder la credibilidad del ciudadano frente al deber periodístico el gran error moderno del periodismo. Ya lo decía Peña de Olivera, el periodista y profesor brasilero por allá en el año 2000, sobre el daño de tratar toda la información como si fuera un cuento o un espectáculo sin las distinciones y consideraciones debidas entre tema y tema, irrespetando las características de cada género, saltándose los tiempos narrativos, los ritmos, la descripción de los hechos veraces y dando gran espacio a la especulación, porque el público comenzaría a ver y tratar el periodismo como el nuevo bufón del siglo XXI, que solo está allí para entretenerlo, apunta de maromas, cuentos, chistes, chismes y posturas serviles, y no para darle elementos informativos veraces que permitan orientarlo en la toma de decisiones si así lo requiere.

Esto, porque no sabe si le están informando o eso es una editorial, una postura personal desde el parecer, donde el periodista se abroga la función de fiscal, juez, testigo, verdugo, analista y emite un juicio casi siempre calificando o descalificando una persona o institución, en vez de dar información valiosa o los detalles en profundidad de un hecho sin adjetivar o señalar como si su función fuera hacer una ordalía. Este comportamiento la gente cada día lo descubre con mayor facilidad y por eso más se aleja de creer y más se acerca para entretenerse.

Hay que reconocer que existen buenos periodistas y buen periodismo aún, pero de eso no se trata hoy, más bien de hacer un ejercicio de autocrítica sobre aquello en lo cual se está fallando, para corregirlo y mejorar por el bien de la profesión y de la sociedad misma.

–Gersan-

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