¿Independencia de qué?

Nelson Germán Sánchez

Al ver pasar soldados, policías, bomberos y hasta jovencitas y jovencitos de colegios desfilando por las calles en la celebración del 20 de Julio, Día de la Independencia colombiana, no sé si muchos también se preguntan ¿qué es lo que estamos celebrando? ¿La independencia de qué?

Sí, de España, la respuesta de reflejo. Pero es más un recuerdo, una añoranza de pueblo bravío, de llaneros descamisados cruzando un gélido páramo y más. Pero hoy deberíamos salir a exhibir ese orgullo como Nación para celebrar otras cosas. Es decir, que nos independizamos de la pobreza, de la corrupción, de obras públicas mal hechas, de justicia social, de cero muertes de líderes sociales, de justicia real y no formal, de salarios pírricos para la clase trabajadora, buena convivencia entre colombianos que piensen distinto y no se crean enemigos. De un mal sistema de salud pública y de una educación caduca. El resto es simplemente tratar de solapar una celebración repetitiva con una realidad que nos está agobiando. Una cosa es el país real y la otra el país formal, es decir, el del desfile, que se va más por la foto, la pose, el protocolo; no el que busca generar mejores y mayores condiciones de vida para sus compatriotas. Ese es el “juego” en que entramos todos como sociedad, seguirnos quedando con la reminiscencia, sin concentrarnos en hacer una verdadera celebración de otro tipo de independencias, de esos problemas que nos agobian, que nos harían sentirnos más orgullosos de ser un pueblo valiente, que se repone a todo y supera los mayores obstáculos con voluntad férrea.

Pero desafortunadamente nos han acostumbrado -y nos hemos dejado acostumbrar- a la antiquísima fórmula de administración del poder romana de pan y circo para mantener contento al pueblo. Donde las formas son lo importante y no el fondo de los asuntos. Sí, bonito ver los camuflados del Ejército, ver tanques por las calles, que marchen de forma impecable sin equivocarse en su paso ni tropezarse, pero mejor sería ver esos tanques en las vías, en los territorios más recónditos combatiendo a las disidencias de las Farc, al ELN, Los Pelusos, las bandas criminales de Medellín que manejan la delincuencia del Valle de Aburrá, cercar a los traficantes del Pacífico desde Buenaventura hasta Chocó y el Tapón del Darién o las escuelas delincuenciales del Bosque o Los Mártires en Ibagué. Es decir, unas marchas con soldados, logísticas, inteligencia, tecnología de punta y demás directamente sobre los territorios, con las botas menos relucientes y más impregnadas de barro al defender sobre el terreno la vida, honra y bienes de los colombianos. Sería un millón de veces mejor observar un desfile donde gobernadores corruptos y corrompidos con los muchachos, los alcaldes o ex alcaldes que hicieron fiesta con el erario público, los senadores y representantes, los del sector privado que se robaron las obras o las dejaron mal hechas, también marchan en fila hacia los centros de reclusión o el cadalso. Esa sí sería una verdadera marcha del orgullo nacional, los pícaros pagando, sirviendo de ejemplo y con escarnio para que los demás compatriotas no repitan sus corrompidas conductas.

Pero por alguna ciega y malsana costumbre estamos en el mismo cuento del tributo a la bandera tricolor, donde el azul representa los mares y los ríos de la Patria, el amarillo el oro y el resplandeciente Sol que nos alumbra y el rojo la sangre de nuestros héroes descalzos que lucharon por nuestra libertad de España; y hoy las inversiones españolas y extranjeras son dueñas de la mitad o más de las empresas colombianas, la banca, el comercio o la producción nacional. Ya casi ni tenemos soberanía alimentaria. Que sin sentido patrio eso. ¡De por Dios!

Creo que este tipo de celebraciones hay que conectarlas más con la realidad, la verdad de los hechos, el sentir ciudadano, más que a grandilocuentes espectáculos callejeros que busquen una obsecuente obediencia sobre las formas y las instituciones desprestigiadas del Estado. Por eso, vale la pena repensar y abrir la discusión pública sobre ¿qué celebramos? ¿De qué independencia hablamos? Sí, la historia es bonita y es menester conocerla, el problema es quedarnos fijos en ella. Seguir en ese círculo vicioso que el periodista y escritor Andrés Oppenheimer nos relata al dedillo en su libro “¡Basta de Historias! La obsesión latinoamericana con el pasado…”, de las cuales los colombianos parecemos el ejemplo perfecto. Le prestamos más atención y tiempo a lo que fue, que a solucionar y buscar respuestas al presente y el futuro.

–Gersan-

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