Incultura rodante

Benhur Sánchez Suárez

El respeto por el otro, por su comodidad y buen vivir, es una de las actitudes más difíciles de practicar en un medio tan hostil como el que vivimos hoy en día. La euforia y la parafernalia del consumismo llega al paroxismo para imponer a la sociedad bien sea un producto, un servicio o una actividad.

Se agrede a la comunidad con una actitud más cercana al grito, a la violencia (que tanto queremos erradicar) y más al estruendo que a la sana convivencia.

Hay que ver y escuchar los vehículos de moda (“Chivas” los llaman) que recorren la ciudad llevando un estruendo espantoso, abarrotados de personas que los utilizan con el ánimo de conocer la ciudad, sus sitios emblemáticos, pero que, en medio del estruendo de la música, que rebasa cualquier volumen decente, el licor para amenizar la fiesta rodante y el baile como proeza de equilibrio, apenas si se percatan del recorrido.

No son los autobuses o las barcas turísticas de ciudades europeas, pioneras en estos viajes culturales, donde uno va cómodamente sentado, con audífonos donde escucha a un guía que nos explica todos y cada uno de los puntos por donde se avanza, la historia de un monumento, un puente, un museo, un etcétera cargado de historia.

Nos hablan en cualquier idioma. Y conocen la historia de la ciudad con lujo de detalles. Cada paradero está pensado para resaltar los sitios históricos. Y uno puede bajarse y estar el tiempo que requiera en el museo o en el centro cultural y volver a subirse en otro vehículo, porque están concebidos como rutas circulares, sin tener que volver a pagar el servicio.

No. Aquí, en la ciudad musical de Colombia, son un monumento a la vulgaridad, a la chabacanería, se han inventado un recorrido para fomentar el vicio, para mantener el turismo del licor, mujeres y piscina y no el edificante conocimiento de nuestros valores culturales.

Nadie les dice a esos que caen en las manos de la gritería ambulante, que van perturbando la tranquilidad por donde pasan, quiénes son los autores de esas esculturas que adornan y embellecen los lugares públicos, no saben cuáles son los valores arquitectónicos que se ven en el recorrido, ni siquiera el recorrido es pensado para que quien lo utilice descubra la ciudad que está detrás de la música estridente, insoportable, que aúlla en sus equipos.

Un poco de control daría como resultado una ciudad más amable para quienes la habitamos y para aquellos que quieren conocer el esplendor de la ciudad musical de Colombia.

Un poco de planeación por parte de los entes encargados del turismo daría como resultado una verdadera cultura rodante y no esa incultura que nos agrede a cualquier hora del día.

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