Las líneas del tiempo

Benhur Sánchez Suárez

“Fue durante esas vacaciones cuando, a conciencia, decidí ser artista. Mientras escribo el recuerdo de mi pretensión, suena hasta pedante. No sabía que para ser artista tendría que aprender a mirar, a cuestionar, a romperme el alma y a gritar, con pinceles y colores, el desprendimiento de prejuicios, desintegrarme y volverme a armar sobre un lienzo.”

Con un párrafo así, cualquier artista queda cautivado, preso por el universo del libro.

Y más si es una novela. Y si es de una escritora reconocida como una de las grandes narradoras colombianas.

La novela ‘Del mismo lado del espejo’. Su autora, Lina María Pérez Gaviria. La editorial, Sílaba, de Medellín.

Conocedor de su destreza como narradora en sus cuentos premiados en Colombia (Premio Nacional de Cuento Pedro Gómez Valderrama) y en el exterior (Premio Internacional de Cuentos Juan Rulfo y Premio Internacional de Cuentos Ignacio Aldecoa), me alegró recibirla como regalo de Navidad dentro de los paquetes de libros que me trajeron mis hijos en el pasado diciembre, al lado de ‘Manual para mujeres de la limpieza’, de Luisa Bernal, y ‘Rebelión de los oficios inútiles’, de Daniel Ferreira, entre otros, libros que son difíciles de conseguir en Ibagué y que los había pedido a Papá Noel... perdón, Hijos Noel, de Navidad.

La menciono ahora, porque quiero recomendar su lectura.

La novela está montada sobre la lucha interior de una artista, Antonia Otero Vélez, y hasta cierto punto devela la farsa del arte contemporáneo. Dos líneas paralelas enmarcan la historia. De un lado, una que nos revela la infancia de la artista, sus primeras experiencias en el mundo exterior, su vida familiar, el circo y, de otro, la que nos trae el ahora en el medio hostil de la vida cotidiana, también su lucha por mantenerse a flote.

Son dos líneas de tiempo imbricadas con maestría.

Y el amor. Porque la novela también es la historia del amor de Antonia desde la infancia, un Emilio descubierto en El Circo, y su amor a la pintura que, parece obvio en nuestra sociedad, rechazan los padres por oficio de vagabundos y fracasados.

Esta es una de las razones por la que Antonia inventa un artista, Gabriel Talero, detrás del cual se escuda para mostrar sus obras, obras que disparan la fama de Talero y en apariencia la desborda.

Es esa lucha interior de definición de una identidad, ese éxito desmesurado de un pintor inventado, esa presión por conservar en secreto su verdadera existencia como artista, las que hacen de la novela una lectura enriquecedora que demuestra la maestría de su autora en la caracterización de los personajes y en el manejo de las situaciones que ofrece a diario la vida.

Y de su lenguaje, tendencia moderna de la sencillez.

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