Las palabras y la lengua

Benhur Sánchez Suárez

Conmemoramos el pasado 23 de abril el día del idioma. Que también es el día del escritor. Y día del libro. Y del cumpleaños de quién sabe cuántos seres humanos de los que atiborramos el planeta, muchos de los cuales ni siquiera conocen el idioma que hablan.

Se conmemoró el fallecimiento de dos grandes de la literatura universal, William Shakespeare y Miguel de Cervantes Saavedra, acaecido por coincidencia el 23 de abril de 1616, del inglés en Stratford, Reino Unido, y del español en Madrid, España.

El viernes anterior la Academia Tolimense de la Lengua (porque existe una) para celebrar el acontecimiento realizó un conversatorio sobre el uso del lenguaje (¿castellano o español?) ¿O fue coincidencia? Lo cierto es que los ponentes, para enfatizar el oficio de las academias de la lengua, nos ilustraron sobre las múltiples incorrecciones del lenguaje que se presentan en el habla común, que muchos denominamos lenguaje coloquial, o vulgar, o folclórico.

Lo cierto es que, si las academias deben preservar la pureza del lenguaje, el lenguaje coloquial seguirá su curso y no habrá poder humano que lo evite. Así es que si usted dice “mine”, en lugar de “camine”, o llama a su amigo “Cami”, en lugar de Camilo, no se preocupe, lo importante es que sus convivientes lo entiendan, que es en últimas la razón de ser del lenguaje, comunicar entre en sí a las personas.

Y, sí, son muchas. Muchísimas incorrecciones las que utilizamos como si nada. El lenguaje es un ente vivo y, como tal, se transforma, crece, crea y desecha palabras, cambia y actualiza la semántica de muchas, las acomoda a la vida (“mula”, por ejemplo, ha sido animal, persona bruta, camión de carga, y hoy persona que transporta drogas ilícitas).

De ahí que muchas palabras hagan parte del cementerio de la lengua. Y otras nuevas se empiecen a escuchar, como si cada generación inventara su idioma particular, que se queda en lo dialectal y no pasa a formar con el tiempo el lenguaje común. “Bacano”, mano.

O tienen la fortuna, por el uso, de ingresar al pomposo universo de los diccionarios y, por ende, del lenguaje oficial. “Chévere”.

Pero cuando la escritura, valga decir la literatura, convalida los términos coloquiales, entonces adquieren el estatus del lenguaje de los diccionarios y los libros y las charlas cultas de la sociedad. Por el ejemplo, “mamar gallo”, usado por muchos años en el lenguaje vulgar pero incorporado al lenguaje literario por nuestro nobel Gabriel García Márquez, cuando comenzó a usarse en el sentido de burlarse de y no en el sentido popular y vulgar que tuvo hasta entonces.

Por eso, que viva nuestro idioma.

Pero que el lenguaje se use como debe ser.

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