La equidad no es sólo un equipo de fútbol

Benhur Sánchez Suárez

Ni es solo una aseguradora, tan exitosa en su campo profesional como en la gramilla de los estadios del país, a veces arriba y a veces abajo en la tabla de clasificación, pero siempre en la memoria de nuestra empobrecida hinchada nacional.

No es solo eso. También es una cualidad que consiste en “dar a cada uno lo que se merece en función de sus méritos o condiciones” y, además, en “no favorecer en el trato a una persona perjudicando a otra”.

El término equidad viene del latín aequitas, de aequus, que significa “igual”.

Qué problemática es la igualdad y cuántas decepciones nos brinda a quienes vivimos en este país, uno de los más inequitativos del mundo.

Pero equidad no es sólo un término para la demagogia de nuestra sempiterna clase política, que no tiene de equidad ni siquiera las pólizas de seguro, sino para que el ser humano reciba las mismas posibilidades en esta desigual lucha diaria por la supervivencia.

Qué lindo es nuestro idioma, pero qué distinta es la realidad que soporta. Pareciera que viviéramos empeñados en desvirtuar los significados y las raíces de las palabras, en olvidar su origen y en acomodarlas, cual político ansioso de puestos públicos, a las necesidades menos sentidas de la comunicación, adornándolas de una modernidad que, muchas veces, no les sienta nada bien.

Por ejemplo, existe la equidad de género, tan en boga hoy en día en las eternas discusiones sobre la igualdad que debe reinar en la sociedad moderna. La equidad de género define la igualdad del hombre y la mujer en el uso y control de los bienes y servicios de una sociedad. Se entiende que las mujeres deberían recibir la misma remuneración que los hombres si desempeñan un mismo trabajo. También implica que ambos sexos deberían tener el mismo poder para la toma de decisiones. ¿Acaso eso sucede por aquí?

No. En nuestro país se dan los ejemplos más claros de ausencia del concepto de equidad. Aquí se legisla para grupos minoritarios. De esta manera, se discrimina, o bien esos grupos que ha sido discriminados o sus contrarios, que actúan como discriminadores. La equidad nos diría que se debe aplicar la ley por igual y no crear una para cada grupo, que es, entre otras cosas, el foco de la corrupción, del favoritismo y de los privilegios, tan detestables en una sociedad “democrática”.

“La ley es para los de ruana”, decimos. En realidad, debe ser para “todos”.

Esta sabiduría popular refleja la presencia de la inequidad en el cotidiano desarrollo de nuestras vidas y la injusticia con la que nos movemos sin ni siquiera protestar.

A veces, por curiosidad, me gusta ver jugar a “La Equidad”.

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