Detrás del olvido

Benhur Sánchez Suárez

Dedicar una vida a pulir un verso, como dijera el Maestro Guillermo Valencia (1873-1943), y no conquistar sino el olvido, es quizás el destino de la inmensa mayoría de seres humanos que escogemos la literatura como destino ineludible.

Alude a la disciplina, a la dedicación, a la constancia, que son necesarias para lograr escribir algo trascendente, y, a pesar de ello, no existir en la memoria o el corazón de sus contemporáneos.

Un día nos alaban y otro ya no nos reconocen.

Hace poco me trasnochaba tratando de recordar los nombres de quienes de alguna manera hacían parte a las actividades culturales de la ciudad y participaban en lecturas, conferencias o presentación de sus libros y los de otros muchos pulidores de versos a lo largo de sus vidas, en los años en que yo también hacía parte activa de ese fervor por la palabra.

Ver que nadie alude a sus obras o a sus vidas comienza a generar el vacío de lo irreal, de lo que nunca existió, de la ilusión efímera de dejar una huella sobre la tierra. El surrealismo en su furor.

¿Quién recuerda a Luis Gutiérrez Murillo (1930-2006), que publicara en 1998 su libro “Pétalos de poesía”?

¿Alguien tiene memoria de los poemas de Hugo Caicedo Borrero (1934-1996)?

¿Alguno lee por casualidad los poemas de José Pubén (1936-1996), Jorge Ernesto Leyva (1937-2008), Jorge Valderrama Restrepo (1944-2002) o Humberto Villanueva Parrales (1963-2001)?

¿Quién recuerda alguna noche de tertulia con Víctor Hugo Triana (1948-2015), Carlos Castillo (1952-2012) o María Victoria Dosa (1952-2014)?

Ellos viajaron al universo paralelo dejándonos sus libros después de trasegar su vida tachonando cuartillas, eliminando palabras innecesarias, buscando la imagen adecuada a sus pensamientos.

Y así con tanto otros poetas, para quienes no hay efemérides ni días especiales.

Y qué decir de los que aún viven, todavía puliendo sueños con sus versos, poetas que no han vuelto a ser tenidos en cuenta en el acontecer literario de la región, quizá, porque han decidido permanecer en sus trincheras cansados ya de la vida artificiosa de la sociedad de elogios transitorios.

Hoy recuerdo con especial afecto, antes de que el olvido también me envuelva en su vorágine, a Laura Quijano Guzmán (1930), Miguel Ángel Gallardo Yara (1944), Albeiro Yepes Meneses (1945) y Gloria Constanza Monroy (1958). De Laura tengo presente sus libros “Moramay” y “Agosto en la ventana”. De Miguel Ángel conservo sus libros “Poesía para la vida” y “Por las calles de tu cuerpo”, de Albeiro su poemario “Camino de sueños” y de Gloria Constanza “Vestigios bajo luna sin latidos”.

¿Alguien leerá sus poemas o hará parte de la sentencia ineludible del tiempo, que todo lo aja, lo trastoca, lo deteriora, lo desaparece?

¿Detrás del olvido estará la posteridad?

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