Y, ahora, a comer cáscaras

Benhur Sánchez Suárez

Uno de los cuentos que Serafín nos relataba con más picardía cuando éramos niños, era el de dos campesinos de Timaná que, habiendo obtenido buenas ganancias en la cosecha de ese año, habían decidido viajar a Roma para conocer al Papa.

En efecto, lograron reunirse con el Pontífice y en la corta reunión que sostuvieron él les preguntó qué comían en esa región, desconocida para él. Le contestaron con toda seriedad “curas” (aguacates). La guardia los sacó y los tiró en la plaza de San Pedro. No era para menos. Entonces uno comentó: “qué tal si le decimos que comemos papa”. “Nos matarían como mínimo”, le respondió el otro.

Serafín se divertía mucho contando ese chiste flojo.

Hoy en día, no es que hallamos decidido ir a Roma a conocer el Papa, sino que él aceptó la invitación de nuestro genial presidente de venir a visitarnos.

¿Para qué lo invitó con tan escasas riquezas que tenemos?

¿Para que le dijo que viniera si literalmente vivimos al fiado, al prestado, y estamos endeudados con la banca internacional más de lo que pueden nuestras capacidades? ¿Para qué si nuestro futuro está hipotecado a las multinacionales?

¿O es que paseándolo por nuestras miserias vamos a recibir lo necesario para solventar nuestras carencias?

¿Caerá maná del cielo?

¿No es acaso vergonzoso que hayamos tenido que fabricar en oro los ornamentos que utilizará para la celebración de sus rituales públicos, porque los existentes son poca cosa? Eso no es nada. Fabricaron los papamóviles necesarios para cada ciudad donde estará su Santidad para que recorra la visión de un pueblo en paz, el paisaje de la prosperidad, la atmósfera de la democracia colombiana, la más antigua del continente.

¿Para qué carajos tenía que invitarlo nuestro presidente, el propietario de la paloma blanca y la prosperidad democrática, en un momento en que tenemos que reducir los presupuestos de inversión porque la olla está raspada? Ya no alcanza para pagar las sesudas sentencias de los magistrados de las altas cortes (y de las bajas tampoco) que darían luz al túnel en que estamos perdidos. Y no es el de La Línea.

Y con lo que cuesta la llevada y traída del Pontífice por los territorios escogidos, donde ya deben haber bañado o escondido a los indigentes, desplazados y víctimas de nuestro conflicto cotidiano.

Ahora ni papa comemos por culpa de las reformas tributarias porque exprimen tanto nuestros menguados recursos con impuestos que el salario no nos alcanza para nada. Y ni robando presupuestos públicos logramos sobrevivir.

Caras nos van a salir las misas encabezadas por su Santidad, presidente. Aunque usted dirá, viéndolo bien, que con la exportación de “curas” a los Estados Unidos, el futuro queda despejado.

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