Instinto o razón

Benhur Sánchez Suárez

Acostumbrados a imponernos por la fuerza, los colombianos perdimos en el fanatismo la capacidad de diálogo, la discusión creativa y la controversia edificante, para caer en las reacciones por instinto que tantas vidas han segado a lo largo de nuestra historia.

Precisamente, porque empezamos por desconocer la historia, como si aquellos que elaboran e imponen las leyes y las normas de conducta de la sociedad necesitaran edificar nuestro futuro sobre el lomo absurdo de montañas de cadáveres, a los que no quieren ponerle rostro.

O necesitaran, por encima de cualquier consideración, ocultar sus actos delincuenciales con las sucesivas capas de olvido con que suelen permanecer incólumes frente a la ignorancia de sus subalternos y gobernados. Nuestro perfil de patria huele a ignorancia, a olvido impuesto, a instinto insaciable, a carroña. A masacres enterradas y olvidadas.

El diálogo y la discusión son para ellos un acto subversivo que hay que aniquilar a la fuerza.

Quizás el origen de nuestra incapacidad actual para el diálogo, del imperio de las reacciones instintivas, se base en nuestra negligencia a conocer nuestro pasado, y sea por esa condición de parias que reaccionamos por instinto a la necesidad de la muerte como solución de conflictos antes que a edificar mediante el intercambio de ideas y del diálogo sincero las bases de nuestra convivencia.

Por eso, cuando nuestros gamonales sindican de enemigo a cualquier contradictor de sus ideas o a quienes simplemente tienen el valor de pensar diferente sobre sus posturas hegemónicas, o se ponen en el plano de la controversia, la reacción de sus seguidores sea la muerte.

Estamos en el imperio de la vida instintiva, donde los medios de comunicación hacen eco a las órdenes malévolas y malintencionadas de depravados y asesinos que instigan la desaparición del contradictor para reinar sobre la ignorancia y el fanatismo de la población o conducir a la autodestrucción basados en el sometimiento y la obediencia.

Estamos en el imperio del instinto sobre la razón.

Del dinero que compra voluntades.

Retomemos la discusión creativa, los diálogos que construyen futuro. Volvamos a estudiar nuestra historia, a sentar realidades posibles de convivencia y progreso, no importa qué tantos preclaros héroes sean de barro y se descubran sus rostros de asesinos y ladrones.

La verdad duele, pero hay que despejarla de la maleza del fanatismo y de la intolerancia.

Dialoguemos. Discutamos nuestras posibilidades y nuestras carencias. Abramos el espíritu para que no sean los autócratas y dirigentes mesiánicos quienes decidan nuestros actos, sino una vida de seres que respeten y sepan discernir hacia dónde dirigir nuestros pasos. Y que cada cual aporte de sí lo que piense y sueñe sin el temor de ser desparecido por querer una patria diferente.

Que la razón prime sobre el instinto.

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