De dónde venimos

Benhur Sánchez Suárez

A partir de 1986 se eliminó del pénsum escolar colombiano la enseñanza de la historia y, casi automáticamente, el país se nutrió de varias generaciones de borregos a las que hoy poco les importa la razón de ser de nuestra nacionalidad, nuestra violencia, nuestros conflictos, nuestra construcción de una nacionalidad, de un sentido de pertenencia y se dedicaron gozar de una realidad distinta a la vivida en la Nación.

Por eso resulta que en treinta y dos años de no enseñar quiénes somos ni de dónde venimos, se condenó el país al conformismo y, por ende, a caminar con el arribismo social y político como mejor meta, y una de sus mayores consecuencias ha sido la desaparición de los partidos políticos por falta de arraigo intelectual, de carencia de conciencia ideológica y la predisposición a la manipulación con base en ambiciones personales.

Literalmente rebaños manipulables, sin conciencia y sin ideales o, para mejor decirlo, generaciones carentes de utopías.

Un pueblo sin utopías es un pueblo muerto.

A las nuevas generaciones, por ejemplo, poco les importa si una edificación, que los ancianos llaman histórica, se desmorona y destruye para unificar el paisaje con un patrón urbanístico sin personalidad definida. Lo considerado patrimonio arquitectónico se envolata en la sinrazón del mal llamado progreso y desarrollo.

Por eso les importa poco quién es electo para cargos de dirección y responsabilidad social, quién es nombrado para invertir los recursos, que son nuestros, en tantos despropósitos que se han olvidado para aceptar sin discusión los nuevos. Y así con las tragedias y la muerte. Se olvidan las masacres anteriores para aceptar las nuevas y la justicia es apenas una mascarada.

De ahí que nos llene de regocijo la restitución de la enseñanza de la historia en escuelas y colegios de Colombia, decisión que se ha concretado en la sanción presidencial de la Ley 1874 de 2017 que devuelve a la historia su calidad de materia del pénsum académico en nuestra educación.

Lo que hay que luchar en esta restitución es por la formación de un pensamiento crítico, por desarrollar el análisis de los acontecimientos y no la vuelta a la acumulación de datos que convierten la enseñanza de la historia en un somnífero que nos volvería al desinterés de las nuevas generaciones por descubrir sus raíces y perfilar a conciencia su futuro.

Son muchos años los que hay que recuperar para contribuir a la consolidación de una identidad que acepte la diversidad cultural en que vivimos y borre las discriminaciones y los fundamentalismos ideológicos.

Es de esperar que los científicos sociales y los historiadores logren definir un pénsum en el que se priorice el análisis de los acontecimientos y no la aceptación pasiva y memorística de los hechos.

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