De la vida oscura

Benhur Sánchez Suárez

La novela que Jesús Alberto Sepúlveda Grimaldo acaba de lanzar en la biblioteca Darío Echandía del Banco de la República en Ibagué es una de las mejores que se hayan publicado en los últimos años en nuestra región.

Los amores casi fantasmales entre Speedy González, delincuente desde niño, y María Goretty, estudiante de letras, conforman el eje central de la novela que se desarrolla en la Bogotá de los años setenta y ochenta.

Es un viaje a la vida de los bajos fondos, que no por lo oscuros deban obviarse como una realidad en nuestras ciudades. Su título “Esta noche no puedo amor mío porque bailo en el Copacabana”.

Para algunos puede ser una historia de amor y, en efecto, desarrolla una relación obsesiva a partir de una llamada erótica que se vuelve pesadilla y prefigura el desenlace de la pareja cuyos integrantes terminan en lugares distantes y distintos, cárcel y manicomio, pero igualmente símbolos de la descomposición social de la sociedad en que vivimos.

Para otros quizás sea la distinción de la marginalidad del hombre actual, atormentado por los diversos estímulos donde se pierden tantos sueños y utopías. Música y sexo.

Pero la novela es un doloroso retrato de la condición humana, lleno de símbolos, como el prostíbulo llamado “El Copacabana” o el insectario que Speedy elabora desde niño y es el espejo de sus aberraciones y relaciones con la sociedad en la que le ha tocado vivir.

Un acierto de Jesús Alberto ha sido estructurar la novela en breves capítulos cuya fragmentación le otorgan la agilidad y la vertiginosidad necesarias para convertirla en un texto de rápida lectura.

En este proceso el lector va formando no sólo los escenarios de la Bogotá del siglo pasado, el emblemático barrio de “La Candelaria”, sino los personajes, sus personalidades atormentadas, las estrategias de la Matrona para reclutar jovencitas para su burdel (nada distinto a lo que ocurre hoy en día con el turismo de sexo y drogas en las desoladas noches de nuestras ciudades), los recursos de que se valen los delincuentes para reinar en los ambientes sórdidos, que son gran parte de las noches en nuestra sociedad.

Uno vive y sufre la narración. Su lenguaje es depurado y, al mismo tiempo, ágil y sin alardes. He sufrido por ese pintor frustrado que es Speedy. He lamentado el destino de la estudiante de literatura, provinciana en Bogotá, ingenua hasta cierto punto, prostituida a partir de su intimidad con su profesora de literatura comparada.

En fin, es una excelente novela porque hay unidad entre el lenguaje con que se vierten los acontecimientos, la estructura que los contiene, y la historia de esas dos vidas de nuestra vecindad contemporánea.

Por eso los invito a leerla.

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