De lo público

Benhur Sánchez Suárez

Es curioso, pero son muchos los que piensan que lo público es del gobierno o del Estado, y poco les interesa que exista o que desaparezca. También piensan que sólo lo propio y privado es digno de preservarse, precisamente por su cualidad de pertenencia. Lo demás que se pierda. Que los arruine el tiempo o la ignorancia.

Entonces no es raro encontrar el dantesco paisaje de las ruinas, porque a nadie le importa que cualquier monumento del arte público en una plaza o en una avenida, en algún rincón arquitectónico, sea manchado o mutilado. Que el indígena, símbolo de nuestra raza, ya no tenga su lanza ni sus flechas, que el héroe carezca de espada o al prócer le falte la nariz.

O los muros sean horribles manchones con firmas irreales y mensajes que sólo pueden leer los elegidos. O que a la banca inocente, que puede albergar nuestro cansancio, le partan su espaldar y su asiento porque eso es del gobierno, de los miserables que nos roban y hacen lo que les da la gana con nuestro destino.

Por eso muchos sitios de nuestras ciudades parecen ruinas de una guerra de roles y existencias invisibles, de demostración de vivencias que arruinan lo que ya no se puede identificar desde el imaginario de la historia de la ciudad.

Como son cosas del gobierno, que se acaben, que se destruyan.

Pocos saben que esos monumentos, esas paredes y esos nichos se han hecho posibles porque todos los ciudadanos hemos aportado para que existan. Pocos entienden que esos monumentos y esos muros también son nuestros pero, a diferencia de lo privado, también son de los demás.

Porque los dineros con que se edifican salen de nuestro bolsillo. Así de simple. Desde el más miserable hasta el más potentado han hecho sus aportes para que el gobierno tenga cómo crear ese escenario público. O se quede con el dinero.

Bancas para los parques, escenarios recreativos, cestas para la basura, jardines, árboles, puentes, avenidas o esculturas, son para nuestro beneficio y se hacen porque se demuestra que son necesarios para el bienestar de todos los que hacemos parte de la comunidad.

Y se hacen con el dinero que aportamos a diario con el invento maquiavélico de los impuestos. Los presupuestos para el mobiliario urbano salen de los aportes que hacemos con el forzoso ejercicio de pagar para vivir. Con esos recaudos se nutren las arcas del Estado y salen los presupuestos para el cotidiano vivir de la Nación.

Entonces, ¿por qué destruir lo que nos pertenece? ¿Por qué no proteger lo que nos beneficia? Pobre ciudad, con la imagen de suciedad y desorden salida de la ignorancia de quienes creen no poseer nada y pueden poseerlo todo.

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