Amor, sexo y muerte

Benhur Sánchez Suárez

Dicen los expertos que la literatura pornográfica no ejerce ningún efecto directo en la sociedad, de ahí que se considere pura imaginación. La necesidad biológica se hace tangible en el texto sugerente e impulsa la fantasía en los seres humanos. Y el instinto. En ello estriba su permanencia, a pesar de prohibiciones y leyes en su contra.

Así que la frontera entre lo erótico y lo pornográfico, que se polemizó hace algunos años en discusiones muchas veces insoportables, haya perdido vigencia porque las nuevas tecnologías han abierto la ventana de manera contundente.

La frontera sigue ahí, pero menos absorbente, menos represiva, ya no por temas de religión, moral o política sino porque es una industria. Y clandestina.

Me vuelven a memoria estas discusiones, que se dieron desde la aparición de obras como “Fanny Hill”, de Johm Cleland (1709-1789), los “Trópicos” de Henry Miller (1891-1980) o “Delta de Venus”, de Anaís Nin (1903-1977), por mi reciente lectura de la novela “Dama ardiente”, del escritor español José Luís López Amigo (Madrid, 1964).

El asesinato de una prostituta, que podemos llamar de “cuello blanco”, genera una investigación por la calidad de los implicados en el negocio del sexo, que mueve cifras astronómicas, y un cúmulo de historias paralelas conforme van apareciendo personajes implicados de alguna manera en el acontecimiento.

En este sentido es una novela policíaca, porque la novela se sustenta en la investigación policial, el ejercicio forense, el acopio de pruebas y las consabidas discusiones sobre el crimen y el dinero.

Pero también es una novela erótica porque el ejercicio del sexo se torna imprescindible en el desarrollo de la trama, a tal punto que no hay un solo personaje que no tenga su relación sexual narrada con lujo de detalles. Aquí aparece la frontera, porque el erotismo que puede haber en un prostíbulo de “alta gama” y la actividad biológica intensa de los personajes, nos lleva a encontrarnos con la pornografía, que hoy invade las redes sociales y el ciberespacio. Es más, en la novela también hay “cibersexo”. Ambos bellamente narrados.

Dos méritos indudables en la novela: uno, el desarrollo de la trama y la expectativa por los resultados de la investigación mandan a segundo plano tanto exceso narrativo del ejercicio sexual. Y, dos, el lenguaje ágil, intenso y absorbente permite la lectura de esa múltiple aventura sexual y legal contenida en 580 páginas.

Me recuerda la novela de Jesús Alberto Sepúlveda, “Esta noche no puedo amor porque bailo en el Copacabana”, sólo que en la novela de Sepúlveda hay poca narración de sexo y es un prostíbulo en una casa normal, mientras que la de José Luís es casi un palacio imperial. En ambas el crimen se pasea por las sábanas.

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