¿Ausencia de futuro?

Benhur Sánchez Suárez

No vuelvo a escribir novelas. Lo confieso. Me parece inútil en esta era de la rapidez, la ligereza y el hedonismo.

Quizás algunos académicos o pequeños grupos todavía se aventuren a leer el Quijote, los libros de un tal Joyce, Proust o del costeño universal García Márquez. Pero en la cotidianidad es posible que solo los textos breves puedan atraer la atención de quienes se forman en los preescolares, educación básica y las U del país y van a ser seres productivos sin personalidad, sin identidad, sin pertenencia a ninguna parte.

Estamos en la era de la literatura desechable, del predominio de la imagen. La literatura está compuesta de imágenes, claro, pero para captarlas hay que leer y analizar y este es un ejercicio imposible para las nuevas generaciones. Ni leer saben.

Y quienes escriben ligerezas son genios de pocas semanas y, como el día, después de la seis desaparecen.

Así que la novela que tengo terminada desde hace algunos años y los proyectos en que me enfrasqué los últimos meses, ya están en la caneca de la basura.

No es que me haya vuelto rápido y ligero, tampoco que asuma la vida como el gozón del día y de la noche. No. En verdad ya escribí las novelas que quería. En ellas están los sitios en que me he movido y, además, está su historia. Para qué más. Sé que la inmensa mayoría las desconoce, pero no me importa.

Ahora voy a escribir instantes, pequeñas anécdotas que resuman mi vida y mis circunstancias. Una cantata inacabable. Cada vez agregaré un episodio nuevo, conforme a las jugarretas de la memoria. El libro lo terminaré cuando ya no pueda levantar la mano para pulsar las teclas y mi voz no la escuche ni yo mismo.

Sucede que esta manera de decidir el futuro de mis letras me la ha sugerido la lectura del libro “El cuaderno del año del Nobel”, de José Saramago. Me recuerda a Rogelio Echevarría, quien sólo publicó libro de poemas, aunque con múltiples ediciones, cada una con nuevos textos. Magia de la literatura.

En realidad no es sugerencia sino que en sus páginas he descubierto lo que últimamente he querido hacer. Pequeños textos que sumados unos a otros sean la vida.

La obra de don José recoge su cotidianidad durante cada día de 1998, año del Nóbel, escritas como instantes y en un lenguaje en nada parecido al de sus novelas, que contienen alardes estilísticos que aportaron a la literatura (¿por eso le dieron el Nobel?), sino cercano y familiar como los temas que trata.

Quizás por mi identificación al “El cuaderno” lo considero un libro genial.

Eso me enseña su lectura.

La decisión está tomada. Gracias, don José.

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