Realidad y poesía

Benhur Sánchez Suárez

¿Poética? Sí, poética. Así es la narración que Philip Potdevin utiliza en su más reciente novela publicada bajo el título de “La sembradora de cuerpos”.

En ella se lee, por ejemplo, “Aquí, ahora, es posible envejecer años en un día o dos; a veces en un par de horas”.

Así nos introduce al personaje principal, Frida, que padece el pavoroso mundo de nuestra realidad. Frida es una niña obligada a ser mujer, pero a la que no le pueden arrebatar sus sueños. Las Brisas es el pueblo junto al río, el lugar de la masacre. Coronado es el anciano sabio, el compañero que atardece junto a la niña recogiendo pedazos de cadáver que bajan por el río, cavando fosas, enterrándolos y dándoles un nombre. Farfán y sus hombres son los verdugos.

Pero no es la truculencia del horror. Es la cadencia del lenguaje que va desarrollando la vida que llevamos, la que nos obligan a olvidar, la que pasa como si no pasara porque hemos sido inducidos a borrar de la memoria la historia. Pero sucede. En lo profundo de la selva. En los pueblos. En las ciudades. En el olvido. La realidad se nos revela con la poesía.

¿Cómo cantar esa desastrosa visión de la muerte? ¿Cómo digerirla y salir indemne? Esta breve novela, de apenas ciento cuatro páginas, contiene nuestra desgracia y al mismo tiempo nuestra esperanza.

De un lado está el amor y la ternura, la inocencia y el empuje, del otro la sevicia, la estupidez, la animalidad con la que el Estado hunde nuestro barco entre risas y festejos.

Parece que la única manera de sobrellevarla es con la simbología que nos da la imaginación y la poesía que nos colma de palabras. “Basura. Casi siempre ni siquiera son cadáveres sino apenas miembros de lo que alguna vez fueran cadáveres completos: piernas, brazos, troncos sin cabeza”.

Esta breve e intensa novela conjuga los males y horrores que padecemos en manos de enfermos mentales, despiadados y cínicos: el desplazamiento forzado, el desarraigo, la crueldad, la horripilante sevicia, la violación y el sadismo. Están los actores de nuestra desgracia, los del imperio de la maldad. Y la metáfora del río, de la naturaleza, tan herida como los seres humanos que habitan el territorio incierto de su esperanza.

Philip Potdevin nació en Cali. Es abogado y Magíster en Historia. En 1994 ganó el Premio Nacional de Novela de Colcultura con su novela “Metratón”. Son varios los títulos que conforman su bibliografía y lo ubican en un sitial destacado de la literatura colombiana. “La sembradora de cuerpos” es una novela que invito a leer, porque es la metáfora de nuestra vida contemporánea, de nuestro atraso, de nuestras décadas perdidas. Y de nuestra indiferencia.

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