Hablemos de ciclovías

Benhur Sánchez Suárez

Bogotá tuvo ciclovías porque la dinámica poblacional así lo requería. En la medida en que las distancias se hicieron cada vez mayores para ir al trabajo o para ir a estudiar y viceversa, así mismo la oferta de transporte debió ser igualmente numerosa y eficiente.

Pero como el transporte público siempre ha estado rezagado de las necesidades de los ciudadanos, muchos optaron por usar la bicicleta como medio de transporte. “El caballito de acero” no sólo era para la distracción y el deporte, sino para huir de las montoneras del transporte público y de los famosos trancones, ya proverbiales en la capital de la República.

La cantidad de vidas perdidas llevó a buscar una solución que los beneficiara a todos. Entonces se pensó en la ciclovía al ver que, en efecto, con la bicicleta se podía cubrir parcial o totalmente esas distancias.

También sirvió, para llegar a esa decisión, que las vías capitalinas eran amplias, las avenidas con eficientes separadores, por lo que la construcción resultaba beneficiosa para aquellos que las utilizan.

El panorama de Ibagué es otro. Primero, las vías no se prestan para las ciclovías, sino a costa de reducir las calles y afectar la movilidad.

Segundo, Ibagué no tiene la cultura de la bicicleta como medio de transporte, por lo que la ciclovía es un desperdicio mientras las calles se abarrotan de vehículos de toda clase. Hay que observar las ya existentes para confirmar que se utilizan en muy bajo porcentaje mientras las busetas, los taxis, los carros particulares y las motocicletas se amontonan en las vías formando un ambiente insoportable.

Tercero, es preferible insistir en construir nuevas vías que descongestionen las pocas existentes, abrir respiros viales, pues el ritmo de construcción de viviendas, edificios, monstruos de cemento, es tres veces mayor al mejoramiento de las vías. Total, en pocos años Ibagué será una ciudad colapsada.

Como la bicicleta es mayormente recreativa y para el ejercicio, es preferible concluir los escenarios deportivos con ciclovías competentes para que los amantes de este medio no corran peligro en manos de busetas innecesarias que convierten las vías en tumultos de humo y de chatarra.

Nuestros mandatarios, algunos de buena fe, copian modelos de otras ciudades donde algunas de esas soluciones han sido exitosas y las trasladan a nuestro medio. Debieran pensar en que las condiciones son distintas, las prioridades de los habitantes son diferentes y a veces contrarias a esas buenas intenciones.

El panorama en la actualidad son unas ciclovías desoladas, al lado una montonera de vehículos constreñidos por la reducción de sus carriles naturales, y una pérdida de tiempo que no se justifica para una ciudad con un desarrollo industrial apenas incipiente.

¡Oh, las ciclovías! Para unos una distracción, para otros el infierno.

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