Teoría de la mediocridad

Benhur Sánchez Suárez

Nada es más hermoso que un trabajo bien hecho. Todo aquello que esté a medio hacer está condenado a la mediocridad. Aunque lo que se resalta y se aplaude no sea el proceso para llegar al fin sino el fin en sí mismo, mucho oficio es necesario para lograr llegar al objetivo de hacer un trabajo bien hecho.

En la mayoría de los casos no es el propósito, la intención, el conocimiento buscado, lo que resalta de un trabajo, o lo que los entendidos llaman el contenido, sino el producto terminado, háyase gastado en él mucho o poco tiempo. Siempre el resultado depende de quien va a utilizar el producto o vaya a gozarlo, a contemplarlo o hacer uso de él de la mejor manera. Como dicen, la belleza está en el concepto que tenga quien goza de la cultura, en la medida de su acervo cultural, de su formación, de su conocimiento.

Y, por supuesto, de su identificación con ella.

Por eso una obra de arte obtiene múltiples respuestas, que están en proporción directa con la formación de quien la disfruta. No hay apreciación homogénea sino una diversidad enriquecedora. Y eso es importante tenerlo en cuenta porque nunca hay unanimidad en las respuestas, como muchos creen que debe haberla.

Y casi siempre, lo que el artista quiere no es lo que más le llega al espectador.

Los comentaristas y críticos logran, por lo general, unificar apreciaciones pero es una efímera igualdad, más ateniente al evento en curso que a una estética de la excelencia o de la mediocridad. Muchos la aceptan sin entender por lo que su participación es pasiva, apenas receptora, poco aportante al enriquecimiento general de la cultura. La obra pasa a la obsolescencia con facilidad, habita el olvido y la incomprensión con bastante rapidez.

Y, claro, se trata del arte. Del artista se exige la calidad de su obra, lo cual atañe a su elaboración, no a su postura frente al mundo. Aunque, como es obvio, ella se refleje en su obra porque una obra es lo que somos, es reflejo de nuestro estar y nuestro pasar por esta realidad que llamamos presente.

Y una obra siempre se realiza en presente, así refleje realidades de otras épocas o quiera anticipar alguna en su modo experimentación, en su estado indagación de nuevas realidades.

Nuestros artistas muchas veces dan palos de ciego, andan desorientados sin saber dónde acomodarse. Olvidan que el imperativo de su acción debe ser su propia convicción, su propio conocimiento, sus propios sentimientos y no el dictado de una moda.

Si su obra no encaja en la apreciación general, impóngala. Pero hágalo con calidad, con excelencia en el concepto y en la elaboración. Sólo así superamos la mediocridad.

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