Elogio de la piedra

Benhur Sánchez Suárez

Es hermosa, la piedra. Surge del destape de la tierra por donde discurre el agua de los ríos. Tiene tamaño y formas diferentes, que pocos observan con el amor que reclama un ser inerte.

Refulge al sol, brilla con la humedad del día, la evapora para formar la próxima lluvia que lavará su cara y retomara el ciclo de la vida. Y aunque el hombre trate de imitarla con mezclas de polvos y arena, no pierde su majestad, su clase, su infinita contundencia.

Y soporta la agresión del hierro, la presión de la madera, para surgir como reina de un universo que desdice de la naturaleza y crea su propio infierno. Selva de cemento donde se ahogan los sueños de los hombres.

Ella trata de regresar a la naturaleza impulsada por la explosión, el humo y la angustiosa fuerza de los gritos, pero no logra que entiendan su solidez de futuro, su contextura primigenia.

A veces sirve de soporte a la estupidez humana.

La piedra. Hermosa con sus grises y sepias, sus formas de fantasma, su redondez perfecta.

Viaja a los cimientos y construye edificios, arma casas, donde muchos acunan sus ansiedades y desvelos. Es hermosa. La piedra.

Luego vuela al rostro, reclama la sangre de los desvalidos, rompe piernas que huyen de la barbarie, quiebra ventanales y sacude la infinita pereza de los conformistas.

La piedra. Ella, sólo ella, cómplice de sueños y esperanzas, castigo de frente rotas y edificaciones tortuosas.

Ella. La piedra. La que se multiplica en la barbarie y es al mismo tiempo soporte de utopías, esas que han viajado desde su edad primera, nuestra edad de piedra en la que se vistió de herramienta y acompañó el desarrollo del hombre sobre la tierra.

Ella, la piedra, la de siempre, hermosa en su desnudez, contundente en sus inicios de herramienta útil y perforada en su inauguración de arma que hiere cuerpos y arrebata vidas.

Ella no es pánico ni odio ni barbarie. Acompaña la necesidad de los hambrientos, los desahuciados de la suerte, los engañados del poder, los marginados del gobierno, a quienes inocente entrega su cálida contundencia.

Ellos la manipulan para demostrar que quieren ser otros, para hacerla viajar por el aire preñada de humo y lágrimas con el deseo de tratos distintos y futuros más sólidos. No quieren volver a ser engañados por corruptos, asesinos a sueldo, ni gobernantes inescrupulosos. Ella los acompaña en su infinita mudez y ondea las mismas banderas de los necesitados, los que no tienen acceso al bienestar del que deben gozar sus coetáneos en desgracia.

Ella, la piedra, hermosa en su solidez antigua, es el símbolo de una nación que ansía manejar sin egoísmos su destino.

La hermosa piedra. Ella.

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