Monumentos y avenidas

Benhur Sánchez Suárez

Uno de los grandes placeres que nos ofrece viajar es descubrir la arquitectura de las ciudades, conocer sus edificaciones y recorrer sus avenidas, muchas de ellas emblemáticas en el catálogo de la historia universal.

Quien lo haya hecho se gratificará de haber recorrido los Campos Elíseos de París, Las Ramblas de Barcelona, La Gran Vía de Madrid o la Quinta Avenida de Nueva York. O, por qué no, la carrera Séptima de Bogotá, aunque no tenga una fisonomía contundente y sólo sirva para unir monumentos históricos relevantes como El Capitolio con el Museo Nacional. Poca vocación de conservar nos acompaña y más bien nos enloquece “civilizar” destruyendo nuestro patrimonio cultural.

Y es también sorprendente descubrir el amor que cada ciudadano tiene por sus monumentos y vías y esa necesidad de preservar algo que ellos entienden muy bien: el futuro económico de la ciudad. Así que a nadie le pasa por la cabeza pisotear las flores de los jardines que la engalanan, empañar el ornamento urbano o los monumentos que se erigen en puntos clave de su recorrido.

Hago esta reflexión porque he oído decir que la nueva Administración de Ibagué quiere organizar de nuevo los desfiles folclóricos por la avenida Quinta (perdón, carrera Quinta) y eso es rememorar el desastre de los separadores, con su ornamento vegetal destruido por hordas de ciudadanos alicorados, aunque también por gentes deseosas de admirar el ingenio de las carrozas, las interpretaciones dancísticas y los vestuarios multicolores con que se adornan los integrantes de las diferentes comparsas que se suman al jolgorio nacional.

Eso no debería ser así. A la carrera Quinta le corresponde ser la avenida emblemática de la ciudad. Habría que preservar los jardines de los separadores, aumentar los árboles, pedir que el vecindario mejore sus fachadas, y erigir esculturas que realcen su belleza arquitectónica, para hacer del recorrido por la avenida un gusto estético. Todo el año. Tal vez así no sólo se nos conozca como ciudad musical, sino como la ciudad con la avenida más hermosa de Colombia. ¿Por qué no?

Este sueño no es dable si cada año sometemos nuestra mejor vía a la tortura del exterminio, lo que obligaría a contratar cada vez la reconstrucción de los separadores (bueno, es trabajo para unos contratistas que se encarguen del maquillaje anual) y cuando ya esté comenzando a florecer, volver a reciclar el dolor de la destrucción.

No lo sé. Pienso que es un despropósito devolver el tiempo cuando ya había una conformidad y tal vez un gusto para desarrollar los desfiles por la avenida El Ferrocarril…

La Quinta ya no será la avenida de las flores sino la de las cantinas del Festival Folclórico. Y de nuevo el hedor a orines de los borrachos.

Comentarios