Malas entregas

Benhur Sánchez Suárez

Cómo cambia el lenguaje. O, mejor, cómo cambia la utilización del lenguaje. Hace varios años uno podía decir sin temor ni suspicacia “voy a comprar mis drogas”. Pero hoy en día la palabra “droga” ya no hace referencia a salud sino a delincuencia, a estupefacientes, y, por tanto, a ilegalidad.

Se mira mal a quien la pronuncie. Entonces, debemos aludir a medicamentos o medicinas o buscar la manera de expresarlo con palabras que hagan referencia a la salud o al mejoramiento de la salud para evitar señalamientos.

Y, por supuesto, hay que utilizar sus derivados adecuados. Quiero decir que es mejor no decir droguería sino farmacia y, acaso, volver al término antiguo, ya en desuso, botica. Y no decir droguista sino farmaceuta o boticario.

La delincuencia ha cambiado hasta el lenguaje.

Últimamente se han presentado en Colombia varios inconvenientes con respecto a las farmacias. Y se hace referencia a la mala entrega de los medicamentos indicados en una fórmula médica. Esto es algo que sucede con frecuencia, solo que al involucrarse la muerte de pacientes ya tiene otra connotación. El caso es que murieron niños porque les suministraron un medicamento equivocado. Error humano. Falta la cultura de leer las bondades del medicamento o las consecuencias adversas según las condiciones del paciente.

De ahí que deba insistirse en que cada comprador debe verificar las indicaciones y contraindicaciones del medicamento recibido.

Suele ocurrir que en algunas farmacias nos digan que no tienen el medicamento solicitado pero tienen otro que es para lo mismo. Y uno acepta porque sabe que quien atiende es un profesional que sabe de medicamentos y su título cuelga en alguna parte del establecimiento.

Pero a veces se presentan complicaciones porque cada medicamento tiene su composición y, así pueda servir para lo mismo, tiene contraindicaciones distintas al del otro.

También ocurre que algunos médicos a los que se acude en busca de alivio y a quienes se le advierte de nuestras condiciones de salud, hace caso omiso y formula un medicamento que tiene como contraindicación precisamente lo que uno padece, por ejemplo operados del corazón o tensión alta. Me sucedió en dos oportunidades. Si no hubiera leído las indicaciones, que todo medicamento debe tener en su caja o en su interior, no estaría escribiendo estas reflexiones.

Alguno me formuló un medicamento para el dolor de una pierna, remitiéndome al reumatólogo, y, a pesar de mi aclaración inicial sobre mi estado de salud, me insistió con él. Si lo hubiera consumido no estaría por estas tierras de Dios diciendo que estoy vivo.

Se debe entonces revisar las entregas y, sobre todo, qué contraindicaciones tiene para la salud, según el estado de quien va a consumirlo. La lectura salva vidas. Como la mía. Cuestión de supervivencia.

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