Buen gobierno

El arte de gobernar es el de tomar decisiones difíciles, de resolver problemas y el de dejar políticas sostenibles de largo plazo que transforman una sociedad. Eso es el verdadero buen gobierno. Y los ciudadanos, a pesar del vaivén de las encuestas, al final lo reconocen.

Un ejemplo clásico en la historia es la visita de Neville Chamberlain a Berlín y el regreso triunfante a Londres con la falsa paz en la mano. Lo fácil era eso, pues la mayoría de los ingleses querían la paz. Un pequeño grupo de políticos liderados por Winston Churchill criticaban al unánimemente apoyado mandatario. Todos ya sabemos cómo acabó ese episodio de la historia.

Cuando analizamos el gobierno de Juan Manuel Santos vemos que en la mayoría de las decisiones ha asumido la posición fácil, popular en las encuestas o en los círculos cerrados de opinión de la capital. Los problemas que heredó se han agravado y las decisiones son más para la tribuna que para resolverlos o dejar una nueva política que trascienda un gobierno.

Comparemos decisiones que tomó el anterior gobierno con las que ha tomado este.

Empecemos por la salud. La política era el aumento de cobertura. Y se duplicó hasta llegar a casi cobertura universal. Se creció, con desorden y falta de institucionalidad fuerte que dejó secuelas, y cuando se desbordó por cuenta de decisiones de la corte, corrupción y mala administración se tomó la decisión de una emergencia social. Se actuó. Y se dejó un camino que hasta hoy no ha sido ejecutado.

El gobierno Santos actuó. Pero para las galerías. Acusó en un gran show mediático a unos pelagatos de corrupción (y de las cifras ni hablar, pues no cuadran) y acusó a todos los actores del sistema de lo mismo. Un año después el sistema tambalea, la inversión extranjera quiere salir corriendo del sector y la solución no está a la vista.

En educación sucedió lo mismo. Entregó una parte fundamental de la propuesta, que podamos en Colombia tener sector privado en la educación superior, por no ser de consenso. Queda bien con la galería y con la comunidad académica, pero los cientos de miles de estudiantes que se podrán beneficiar de ampliación de cobertura, pues que no estudien.

En seguridad es igual. Uribe fue un presidente que defendió sin tregua a la tropa, que autorizó personalmente la operación contra Reyes y el rescate de Íngrid, sacrificó el comercio vital con el vecino por el apoyo que le daba a los grupos ter­roristas y, a la vez, desmontó toda una historia de falsos positivos sin disminuir la moral de la fuerza pública.

Santos, por su parte, coloca en la Ley de Víctimas en el mismo nivel a los terroristas y a las Fuerzas Militares con aplausos internacionales y de los opinadores. Habla de paz nuevamente (más aplausos) y ante la desprotección jurídica que hoy tiene desmoralizada la tropa no ha dicho una palabra. Y ante el activismo judicial que ha paralizado la inteligencia, y no estamos en Dinamarca sino en Cundinamarca, está cruzado de brazos.

Del líder que enfrentaba, que como Churchill animaba, guiaba, defendía y protegía, pasamos a esa patria boba que hoy poco a poco destruye los avances de seguridad logrados a base de sudor y sangre del gobierno pasado.

Los ejemplos son en prácticamente todas las áreas. La justicia, el medio ambiente, la minería, la infraestructura y la agricultura navegan esas aguas ambivalentes de la ausencia de visión o de liderazgo. Pero hay que ser justos. Donde más se le ha visto buen gobierno a Santos es en la política económica, con la ley de estabilidad fiscal y de regalías y en la política exterior donde, le guste a uno o no, hay un cuento. El resto, por ahora, deja mucho que desear.

Decía hace unos meses el expresidente Andrés Pastrana que se sentía orgulloso de que muchos funcionarios de alto nivel de su gobierno ahora lo eran en el nuevo gobierno. ¿Será que nos equivocamos y la continuidad de Santos era con el gobierno de Pastrana y no del de Uribe? Esperemos a ver, pero, como decía Horacio Serpa, me suena, me suena.

Credito
Francisco Santos

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