El peor de los mundos

Francisco Santos

La lucha contra el narcotráfico de por si es compleja. Más cuando esta se enfrenta con una institucionalidad débil, corrupta y sin el apoyo político necesario como le sucedió al Presidente Felipe Calderón en México durante el gobierno pasado. Los costos fueron inmensos, incluso en materia de derechos humanos, pero poco a poco el estado mexicano recuperaba territorios perdidos, fortalecía la institucionalidad, fortalecía la gobernabilidad en regiones capturadas por los narcos y debilitaba inmensamente los carteles que son una amenaza que corroe la estabilidad política, económica y democrática de este país. 

A la dura acción del Estado mexicano los narcos respondieron con violencia similar a la que vivimos en Colombia durante las peores épocas del narcoterrorismo. Era de esperarse. Lo grave es que con el cambio de gobierno esta política se echó para atrás y unos narcos debilitados recuperaron espacio y gobernabilidad y ahora de nuevo someten en sus feudos a la población a sus anchas con un mensaje grave para los ciudadanos: no nos derrotaron. 

Era imposible lograrlo en seis años y ahora México está en el peor de los mundos. En regiones enteras los narcos mandan y crean sus propias autodefensas que aparentan defender a las comunidades pero que no son más que defensores del nuevo régimen de ilegalidad que se reinstaló con la legitimidad que les da el cambio de política del gobierno. 

Desde allí montarán y consolidarán sus 'paraestados' que, no cabe la menor duda, irán incrementando su poder y contaminarán otras regiones mexicanas. 

La similitud con la lucha contra la delincuencia es Colombia es innegable. Las Farc siempre esperaban que cambiara el gobierno para fortalecer su accionar y lo sucedido con el cambio de política de Álvaro Uribe a Juan Manuel Santos es un claro ejemplo. 

Los delincuentes esperan gobiernos más débiles para florecer y para darle a la sociedad un aviso como el que se dio con los narcos en México, que son inderrotables. Y la verdad hay muchos sectores de ambas sociedades que por distintas razones acompañan y se vuelven caja de resonancia de este funesto mensaje. 

Hoy las autoridades mexicanas navegan en un mar de incertidumbres frente a este fenómeno. No hay, me dicen experimentados periodistas, una política clara para enfrentar la delincuencia organizada y peor aún han desmantelado unidades experimentadas de inteligencia y operativas que se crearon en el gobierno anterior. En muchos estados mexicanos se ha ordenado a las Fuerza Pública retroceder y como obvia consecuencia la criminalidad ha aumentado. 

Si alguna lección deja lo que hemos vivido en Colombia es que esta lucha necesita continuidad, transparencia, micromanejo, institucionalidad fuerte y sobre todo voluntad política. Los ciudadanos acompañan los esfuerzos en seguridad cuando se dan estos elementos que como lo vimos en nuestro gobierno dan resultados. 

La delincuencia, llámense narcos o guerrilla, solo escucha una razón: la del uso legítimo de la fuerza por parte del Estado. Vaivenes como el sucedido en México y también en Colombia solo fortalecen estas organizaciones que con el caudal de dinero que reciben de negocios ilícitos tienen una inmensa capacidad de reciclarse y como el ave fénix de revivir de las cenizas. Y ya lo vivimos en nuestro país: el apaciguamiento con esas organizaciones no funciona. Por eso temo por el futuro de Colombia y también el de ese gran país, México.

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