¿El pajarito cantará hasta morir?

Cuando Karl Marx nos aseguró que los grandes personajes de la historia aparecen dos veces, una como tragedia y la otra como farsa, aludía a Luis Bonaparte que en su opinión poco caritativa, era una caricatura del viejo Napoleón.

¿Qué diría el pensador alemán del marxista lumen Nicolás Maduro? En menos de un mes el abanderado del Socialismo del siglo XXI logró liquidar buena parte del capital político que le había legado el difunto caudillo Hugo Chávez Frías.

Al darse cuenta de que le sería inútil tratar de emular a su ídolo, Maduro, exconductor de vagón del Metro de Caracas y líder de ese sindicato, según parece cree firmemente en lo de la transmigración de las almas y entonces trató de convencer a los venezolanos de que el comandante no los había abandonado por completo, y que reencarnado en un pajarito sentado sobre su sombrero de paja, seguiría encabezando la cada vez más esperpéndica revolución bolivariana. 

De ese modo el vozarrón de Chávez Frías se vio reducido a una serie de piadas, silbidos y gorgojos incoherentes con los que Maduro trató de enfervorizar a los fieles. Así de ese modo mueren las revoluciones posmodernas con un conjunto de Pío, Pío, Pío cada vez más tenue.

Maduro fue el gran derrotado del torneo electoral. Inició la campaña relámpago a la muerte del comandante Chávez Frías con una ventaja de casi 20 puntos sobre su contrincante, Henrique Capriles, y terminó con menos del dos por ciento y sin que se escrutaran los 200 mil votos de venezolanos que viven fuera del paraíso chavista. El “hijo de Chávez Frías” quemó con su boca tal vez millones de votos.

Chávez dilapidó más de 700 mil millones de dólares entre 1999 y el 2012 en clientelismo político, tanto nacional como internacional, repartiendo unas veces valijas atiborradas de dólares yanquis entre sus simpatizantes, subsidiando la economía cubana que sin sus donaciones de petróleo y dólares ya se hubiera desplomado por completo y enviando petróleo a toda Centroamérica, a los minúsculos países del Caribe y hasta la Argentina que hoy le debe por eso, solamente 13 mil millones de dólares y no los podrá pagar sino en 15 años. 

Maduro, un hombre cuyas nociones religiosas, supongo son de raíz hindú, exageró bastante con lo del pajarito que enviaba mensajes desde el más allá, pero en rigor a la verdad no es el único mandatario que cree en la transmigración y la comunicación con los muertos. 

El propio Chávez dejó en más de una ocasión, en reunión de gabinete una silla vacía para que en ella descansara el alma del Libertador Bolívar que, según Chávez podía aparecerse en cualquier momento para brindar su consejo. La presidenta argentina, Cristina Kirchner, dijo “que a ella de vez en cuando, especialmente en las noches el espíritu de su marido se le aparece flotando en el aire”.

El populismo de Chávez, de Maduro, de Ortega, de Morales, de Cristina y tantos más, derivan su poder de la idea de que sus países respectivos, los que conforme a la lógica del mundo desarrollado deberían ser ricos pero en realidad son desesperadamente pobres, podrían salvarse rebobinando la historia, regresando a una época antes de que tomaran el rumbo que los llevó a su condición actual para entonces comenzar de nuevo. 

El populismo es una forma de abrazar el fracaso, de anotarse “triunfos morales” sobre las fuerzas del mal, anidadas todas en Wa­shington y en su imperialismo.

El revés que acaba de sufrir el chavismo le ha asestado un duro golpe al Cristo redentor venezolano. Pronto ya no habrá pajaritos y un desastre casi sin comparación mostrará a un Vesubio eructando fuego sobre la economía, las finanzas y la política venezolana.

Credito
ROBERTO SHAVES - FORD

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