Tsipras, un pitufo…

Robert Shaves Ford

Parece cruelmente lógico que el final de Alexis Tsipras fuese dimitir de esta manera, vencido y con Grecia empujada hasta el infarto económico por una agregación de impericias, estupideces, desafíos, acosos, irresponsabilidad y desconcierto. El mirlo blanco, la esperanza de Syntagma, el último mohicano de una izquierda impetuosa empezó como trombo en la libre circulación de la UE y ha terminado como cadáver de sí mismo. La pingaleta de este hombre dejó de tener un último sentido el día después del referéndum del 5 de julio. Nosotros estuvimos ahí. Andábamos por la isla de Naxos. Aquello era una fiesta. La gente prefería el suicidio al tiro de gracia. Y votó para Tsipras. Votó NO. Y le creyeron. Todos le creyeron menos él, que no se tenía demasiada fe. Un delirio.

Europa advierte con esto que no hay lugar dentro la UE a políticas complementarias. Lo que sucedió después de la victoria por mayoría de la sociedad griega fue la segunda parte del infierno. Más presión. Más miedo. Más rescate. Menos futuro. Contra el dinero nunca se gana. Tsipras perdió por los griegos lo que los griegos no le autorizaron: la dignidad. Confundió la utopía (que suele ser realizable) con una quimera (que suele ser algo idiota). Eso alegró la vida de la competencia. La troika, el BCE, el FMI, los acreedores. A Grecia tampoco se le ha perdonado un gobierno de izquierdas con mucho tirón en la calle y demasiada atención en Europa. Había que tunelar Szyriza. Volverlos del revés. Quitarse de encima a Varoufakis, el más espectacular de aquel gobierno. El más valiente. Todo ha sido una exquisita demolición controlada. En los países civilizados el dinero compra y deshace una democracia igual que por aquí, en el Tercer Mundo, le da cuerda a un dictador y a los parlanchines

Grecia decidió perder a conciencia y ha terminado perdiendo a traición. Ahora vuelve a otras elecciones, Tsipras quiere ganar. Tal es su fuerza que a un tipo con modales de esperanza le hicieron dar vueltas hasta travestirse de estafa. Entre unos y otros, a los griegos les han negado hasta la desobediencia. El final de Tsipras es el Fin de partida de Samuel Beckett. Todos despedazados. El próximo candidato al crematorio político es Pablo Iglesias y Podemos, un demagogo español que nos recuerda a Perón, Somoza y Maduro. Al liberalismo siempre la ha interesado la escena de la horda. La imagen revanchista del pueblo que no sabe pedir lo suyo. Eliminada la reina madre, los zánganos son la plaga a fumigar. Ya no hay que disimular. El bipartidismo va cuesta arriba. Lo que importa es la amenaza y no el letrero. El coloso Tsipras se convirtió en pitufo, acosado desde Bruselas y perdido desde sí mismo.

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