Los socios del silencio

Robert Shaves Ford

“Cuando hubo quienes no quisieron ver lo que ocurría, ustedes tejieron una trama de solidaridad sin la cual el dolor habría sido mayor y las heridas hubieran tardado mucho más en sanar”, dijo Michelle Bachelet en el acto sobre “Asilo y Refugio” (1973 - 1990) a los representantes de la comunidad internacional que habían asilado en sus países a perseguidos de la dictadura de Pinochet.

Se lo recordó a la presidenta chilena en una extensa carta abierta, el disidente venezolano Diego Arria. Le recordó también que, en 1975, siendo gobernador de Caracas, viajó a Santiago porque la familia de su amigo Orlando Letelier le había pedido, desesperada, que hiciera algo para que el régimen sacara de prisión a quien había sido el canciller de Salvador Allende.

Con la aprobación del entonces presidente venezolano, Carlos Andrés Pérez, Arria fue a Chile, pidió una audiencia con el dictador y logró volver a Caracas con Letelier y su familia.

Con la autoridad moral de aquella diplomacia humanitaria, reclamó a la presidenta chilena que actúe con Leopoldo López y los demás presos políticos del chavismo, como él y Carlos Andrés Pérez habían actuado con Letelier y tantos otros encarcelados y perseguidos por las dictaduras de América Latina. Pero a Maduro y a sus “aliados” ( Bolivia, Ecuador y Nicaragua) les importa mas el poder que el honor, por eso en la Asamblea de la OEA ganó Maduro.

Con esos números en la mano, el sucesor de Hugo Chávez se envalentonó, sabiendo que la región que no socorrió a los colombianos deportados, tampoco socorrería a Leopoldo López de una condena injusta.

Y así fue. El silencio regional fue atronador frente a los casi 14 años de prisión que impuso a López una jueza que colecciona fotografías en las que ríe embobada junto a Nicolás Maduro.

Pero que el Presidente Santos no haya reclamado por los vejámenes que su “nuevo mejor amigo” propinaba a los colombianos y también que ni una palabra dijo reclamado garantías de un juicio justo a los presos políticos muestra que le interesa más el “Olivo” que el honor.

Esa impunidad, sumada a la deportación de colombianos pobres, fue el cheque en blanco que Latinoamérica entregó a Nicolás Maduro para que haga envejecer a Leopoldo López en la prisión militar de Ramo Verde.

Un silencio que alcanza al Papa y que, en algún momento, Bergoglio deberá explicar. En el caso de Cuba, donde realizó su primera visita, al silencio lo inauguró Juan Pablo II cuando pactó con Fidel Castro los términos de su histórico viaje a la isla en 1998. La carta de Diego Arria a Bachelet le recordó a Chile el nombre de Carlos Andrés Pérez, quien posiblemente, fue junto a James Carter quien impidió la guerra entre Argentina y Chile, al avisar al Vaticano el peligro inminente de un choque armado entre ambas dictaduras.

Habría sido la embajada venezolana en Buenos Aires la que detectó el desplazamiento de tropas iniciado por Videla. Pérez lo comentó a Carter y, como ninguno de los dos tenía buena relación con los regímenes argentino y chileno, llevaron el asunto a Juan Pablo II, logrando la mediación del cardenal Zamoré y del colombiano cardenal Montalvo.

De tal modo, también Argentina hoy tendría que recordar a los diplomáticos de aquel gobierno venezolano que, en la región, fue el único en defender los derechos humanos.

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