La “Juana” de Evo

Robert Shaves Ford

Cuando Cristina miraba la estatua de Juana Azurduy desde la ventana de su despacho, posiblemente se ve a sí misma. La heroína de una proeza histórica, la mujer combativa que acompañó al marido en la lucha por la independencia; Juana, la primera, y ella, “la segunda independencia”. Y también la viuda que ocupó el liderazgo que la muerte del esposo dejó huérfano: Juana, la comandancia de la guerrilla y la jefatura de la llamada “Republiqueta de La Laguna”, liderazgos creados y ejercidos hasta su muerte por Manuel Asencio Padilla. Y Cristina, el liderazgo del Frente Para la Victoria y la presidencia que no pudo volver a ocupar su esposo porque la muerte lo emboscó cuando menos lo esperaba.

En el imaginario kirchnerista, la estatua de Colón, además de representar una conquista genocida se equipara a las fuerzas realistas contra las que luchó Juana Azurduy al lado de su marido y después sola.Cristobal Colón es el mayor genocida de la Historia -dijo Cristina-.

Quizá, secretamente, Cristina aspira a superar en la historia a la imagen de Néstor, como la valerosa guerrera del Alto Perú cuyo nombre es inmensamente más conocido en la historia que el de Asencio Padilla, el marido de la Juana.

Para Evo Morales, el coinaugurador de la estatua que puso en retirada a Cristóbal Colón, Juana también tiene una inmensa importancia, pero no por la misma razón que ve la hoy expresidenta argentina. Para Evo, posiblemente, el mayor valor como mensaje de la comandante independentista decimonónica, es que era hija de una mujer indígena. La huella de la gran guerrera patriótica es una marca india en la lucha emancipadora. Y el presidente boliviano es el gran impulsor de la inclusión de las culturas aimara, quechua y amazónica en la conducción de Bolivia, un Estado que siempre había estado en manos de una casta blanca, socialmente corrosiva, políticamente autoritaria y económicamente incompetente.

Cristina necesita que los argentinos vean en Azurduy su propia historia, o que vean en ella una guerrera como la que continuó la lucha emancipadora del marido muerto, llevándola a la victoria. Evo Morales busca en la misma estatua un ejemplo de lo que pueden los pueblos originarios cuando toman la historia en sus propias manos.

La diferencia entre el presidente de Bolivia y su ex par argentina no sólo está en lo que ven y buscan en la estatua de Juana. También en cómo se ven a sí mismos. Evo lleva consigo, como un tesoro invalorable, la pobreza con que nació y creció en Oruro, cultivando y pastoreando llamas como casi todos en su comunidad aimara. Como haciendo honor a la choza que habitó con sus padres y hermanos, siete de los que sólo sobrevivieron tres, nunca uso su liderazgo sindical para enriquecerse como hacen muchos. Y en la presidencia, el patrimonio que ostenta es el de la austeridad franciscana con que siguió viviendo, aún en las cumbres del poder político.

La anfitriona con la que inauguró la estatua de Juana es, por el contrario, multimillonaria. Ha robado a dos manos con la ayuda de su hijo, un tonto. Para ella y su difunto esposo, no se puede hacer política sin dinero. Si tuviera que expresarse con sinceridad sobre tal afirmación, muy repetida por Kirchner, el presidente boliviano diría que eso es una coartada para robar.

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