Esas cosas de París

Robert Shaves Ford

En París han aparecido indios cobrizos con plumas, nativos de Estados Unidos y Panamá. Las plumas de águila -rayos de sol- son sus galones, símbolo de su vida salvaje, aunque los verdaderos salvajes fueran los rostros pálidos.

Los indios han llegado a la Cumbre del Clima para recordar a los grandes jefes blancos y amarillos lo que su antepasado Seattle, jefe de suquamps, recordó al presidente de los Estados Unidos en el año 1854: no se puede vender la brisa, ni el fulgor del agua. «Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y la vida de mi pueblo». Aquel indio ecologista ya tenía enemigos en el petróleo.

Decía la canción que la gente de la gasolina es la gente más fina, que el mundo y aquellos bastardos acusaron a Seattle de ser un cobarde y de haber entregado las tierras a los blancos. Pero todo indica que el jefe indio era un piel roja fardón, poeta y buen orador, cuyas palabras se oían a milla y media de distancia.

El gran jefe de la Casa Blanca, que ahora es negro, ha reconocido en París que es necesario un acuerdo climático ambicioso y ha asegurado que su país cumplirá los compromisos que asuma, incluso aunque su sucesor no fuera demócrata. Los jefes del mundo ya saben que las abejas no zumban, que el cielo de París no es la maravillosa solución y que hay 23 mil especies en peligro de extinción, entre ellas, un mono desnudo, bípedo, predador, chovinista, sádico, carnívoro, que tiene miedo a las decisiones y que está por volver a su rama para curarse el estrés.

El Éufrates y el Tigris, donde estuvo el paraíso, bajan llenos de sangre, versículos, acciones, petróleo y el hombre blanco ha descubierto que la ecología no era un voto eterno y que eso tampoco podía perdurar sin una propuesta científica para salvar el planeta. Ya en los tiempos de la Ilustración avisaron los filósofos de que la naturaleza era una obra de arte. «¿Ignoras -pregunta Voltaire- que esas montañas que coronan el mundo son inmensos depósitos de nieves eternas que producen sin cesar fuentes, lagos y ríos, sin los que el género animal y el reino vegetal morirían?».

Pero, ¿de verdad se cree alguien que los lobbies del petróleo van a aceptar una eutanasia como la que se anuncia?. Me dicen que las compañías del carbono seguirán anunciándose con margaritas que evocan la naturaleza mientras sabotean el acuerdo, pero que la gran esperanza era el gran peligro.

China no tiene más remedio que ir a una sociedad baja en carbonos porque, si no, la población se levantará contra el Partido Comunista porque los gases están asfixiando a millones de personas. Ecología, neologismo inventado por Ernst Haeckel -discípulo de Darwin bastante descreído- en 1868 no llegó por fin a iluminar a todos los Presidentes.

Parece que quien los convenció, para hacerse verdes fue el Presidente de Colombia quien desesperado busca el “Olivo” y la ayuda para “descocalizar” su país y prestar ayuda verde a los guerrilleros desmovilizados a cambio de preservar la verde Amazonía colombiana.

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