Venezuela en su peor hora

Robert Shaves Ford

Vencedores y vencidos harían bien en entender cabalmente a Saramago, cuando dijo que “la derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva; en cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva”.

La cuestión, en el caso de los vencidos, es cómo interpretan la reversibilidad de la derrota. Si en lugar de aceptar la responsabilidad, se victimizan de alguna conspiración siniestra, difícilmente puedan corregir la verdadera causa de esa derrota.

Los gobiernos formateados en el Estado de Derecho suelen justificar sus derrotas diciendo que perdieron porque no comunicaron bien o porque se equivocaron en la forma de encarar la campaña electoral. Mientras que los gobiernos de vocación “mayoritarista”, que, como tales, demonizan a los adversarios porque tienen el instinto de eternización en el poder, explican sus derrotas como consecuencias de malévolas conspiraciones y sus efectos negativos en la vida del pueblo.

Es lo que hace Nicolás Maduro para explicar el aplastante triunfo opositor en las elecciones legislativas que significaron la peor debacle electoral del chavismo.

Falta ver si la oposición entiende cabalmente la parte que le corresponde en el razonamiento del gran escritor portugués: “la victoria jamás es definitiva”. Si lo tiene en cuenta, trabajará en cerrar la brecha que divide a ese gigante de dos cabezas que, hasta ahora, no han sabido coordinar sus respectivos razonamientos.

Una de las cabezas opositoras es el gobernador de Miranda. Enrique Capriles. Su estrategia de legalismo y moderación había perdido la pulseada contra el impaciente activismo callejero de Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledesma.

Juntos fueron el tridente que intentó desgarrar al chavismo en las barricadas. Expresaban el hartazgo de una oposición descreída de salidas institucionales y sólo apostaba a ganar la calle y continuar la protesta hasta la caída de Maduro y su gobierno de inútiles presuntuosos.

La aparatosa detención de Ledesma, la injusta pérdida del escaño de María Corina Machado y el encarcelamiento de Leopoldo López en una prisión militar, son los estragos que los partidarios de la tempestad padecieron por afrontar la batalla callejera, mientras Capriles seguía sentado en su sillón de gobernador, confortable pero relegado dentro del liderazgo opositor.

El eclipse duró hasta que la victoria electoral que dejó grogui al chavismo y reposicionó al gobernador del Estado de Miranda y su método constitucionalista de enfrentar al formidable poderío que construyó Hugo Chávez y heredaron Maduro y Diosdado Cabello.

La contundente mayoría conquistada en las urnas alcanza incluso para sacar a Maduro del poder mediante la convocatoria a un referendo revocatorio o una asamblea constituyente. Ergo, haber obtenido más del 65 por ciento de los votos, conquistando 112 escaños, abre el camino por el que la oposición podría arribar al poder, pero el chavismo “moverá” el poder político para bloquear la mayoría conseguida en las urnas. Maduro aprendió de Ernesto Samper aquello de “aquí estoy y aquí me quedo”. Ese tipo de liderazgo sabe entrar, pero no sabe salir del poder. Están programados para acumular poder, no para cederlo, ni siquiera en cumplimiento de leyes que ellos mismos dictaron.

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