“Mujeres de Confort”

Robert Shaves Ford

Corea del Sur y Japón acaban de celebrar un demorado acuerdo en procura de dejar atrás ese vergonzoso tema, en el que se violó el honor y la dignidad de miles de surcoreanas. Se las llamaba eufemísticamente: “mujeres de confort”.

El acuerdo en cuestión se celebró telefónicamente entre el primer ministro japonés, Shinzo Abe, y la presidente de Corea del Sur, Park Geun-hye, con la participación adicional del Canciller japonés. Las víctimas, cabe apuntar, no estuvieron representadas en la mesa de negociaciones.

La celebración del mismo coincidió con el aniversario de los 70 años desde que terminara la Segunda Guerra Mundial. Y con los 50 años del restablecimiento formal de las relaciones diplomáticas entre ambas naciones.

Abe expresó, a través de su Canciller, sus más “sinceras disculpas y su remordimiento -desde el fondo de su corazón- a todas aquellas mujeres que sufrieron una pena inconmensurable y heridas físicas y psicológicas, al ser usadas como mujeres de confort”.

Los historiadores difieren acerca de cuantas mujeres coreanas pudieron haber sufrido esa dramática humillación. Para algunos, serían unas 20 mil. Pero hay otros que sugieren que el número fue mucho más elevado y hablan de un contingente cercano a las 200 mil mujeres surcoreanas.

Por su parte, el Gobierno de Seúl se comprometió a “dar vuelta” a esta triste página de la historia de ambas naciones. Esto es, a no seguir insistiendo sobre este tema que será dado por “resuelto”. Como si se quisiera cerrar la puerta a cualquier futuro revisionismo sobre esta cuestión. Lo que seguramente no ocurrirá, pese a que el acuerdo se autocalifica de “final e irreversible”. Ocurre que la responsabilidad moral de Japón por las atrocidades cometidas contra las mujeres surcoreanas no se disipará. El tiempo no borra lo sucedido, ni disipa el dolor de las víctimas, pero con frecuencia facilita la reconciliación.

Hay un tema que, sin embargo, no ha sido resuelto, pese a la insistencia japonesa en dejarlo atrás lo más rápido posible. Parece una cuestión menor. Pero no lo es. Se trata de una estatua llena de emotividad emplazada -desde 2011- frente mismo a la Embajada de Japón en Seúl. Representa a una mujer joven, sentada, con un rostro bonito pero inexpresivo, como de alguien que hubiera extraviado sus sentimientos. Representa -en bronce- a las “mujeres de confort”. De cara a la representación diplomática nipona. Como esperando una disculpa, que por años no llegó.

Junto a ella hay, también en bronce, una silla vacía, que representa a los miles de mujeres que fueron víctimas, ya fallecidas, que nunca encontraron la comprensión que buscaban por parte de las autoridades niponas.

De alguna manera, esa estatua molesta al Japón. En silencio, naturalmente. Frente a propios y ajenos.

Para ambos países, haber afrontado públicamente el tema es positivo. Porque en adelante podrán colaborar mejor en todo lo que regionalmente deben enfrentar juntos. Como la presencia dominante de China. O las amenazas de la paranoica, peligrosa y belicosa Corea del Norte. Y su creciente armamentismo, sumado a sus pretensiones de reconocimiento externo como potencia nuclear.

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