El naufragio del populismo

Robert Shaves Ford

Hace medio siglo, un cacique brasileño, el paulista Adhemar de Barros, hizo suya la consigna “rouba, mas faz”, o sea, “roba pero hace”, que había acuñado un rival que entendía muy bien cómo funciona el populismo. Se trata de un pacto: con tal de que logren mejorar el desempeño de la economía para que quede algo para los demás, los políticos y sus amigos tendrán derecho a llenar sus bolsillos o las cuentas bancarias que tienen en lugares como Suiza, las islas Caimán o Seychelles sin sentirse constreñidos a preocuparse por la despreciada legalidad burguesa. Pero, como sucede con todos los pactos, ambas partes, la gente por un lado y los políticos, por el otro, tienen que cumplir con sus promesas. Si los gobernantes dejan de “hacer”, la ciudadanía les reclamará devolver todo lo robado, con los intereses correspondientes, además de someterse a la Justicia.. No los denuncian por haber arruinado la economía sino por ser corruptos. Tendrán razón, ya que es de suponer que los dos sabían muy bien que muchos miembros de la clase política de su país aprovechaban las oportunidades brindadas por diversas cajas, de las que la manejada por Petrobrás era la más notoria, y por modalidades tradicionales como la venta de favores, para permitirles gozar del estilo de vida que suponían merecer. Parecería que Lula, como muchos otros políticos, atribuyó los regalos que recibió, cositas como casas, a la amistad “sincera” de empresarios altruistas que nunca soñarían con beneficiarse de su influencia.

La economía brasileña está achicándose a una velocidad que da vértigo: se encogió el 3,8 por ciento el año pasado, y se prevé una pérdida igualmente angustiante para este año. Tales desastres siempre traen costos políticos.

Las desgracias de Dilma y Lula, Nicolás Maduro, Cristina y, si bien por ahora no son tan penosas, de Rafael Correa y Evo, se deben -según la izquierda- a una maquiavélica conspiración yanqui urdida para desprestigiar a los gobiernos autoproclamados populares. Puede que sea injusto que, por lo pronto al menos, Dilma y Lula hayan sido los más perjudicados por el naufragio del populismo latinoamericano, por ser cuestión de mandatarios que resultaron ser muy cautos en comparación con compañeros de ruta como Maduro y Cristina.

Gracias a malabarismos ideológicos, robar decenas, quizás centenares de millones de dólares y lavar dinero en escala industrial resultan ser actos revolucionarios legítimos, golpes certeros asestados contra un sistema perverso, que toda persona de bien debería. Acierta Barack Obama cuando dice que Cristina “recurría a una retórica que data probablemente de los años 60 y 70”. Puesto que todos los “modelos” que los populistas se pusieron a construir hace aproximadamente 15 años y que, por un rato, parecieron estar en vías de consolidarse, ellos dependieron del “viento de cola” de las materias primas y de una verborragia que prometía nuevo Edén para los destinos de Brasil, Ecuador, Venezuela, Bolivia y Nicaragua. Ahora comienza el éxodo...

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