Dilma...

Robert Shaves Ford

Puede que la clase política brasileña no sea la más irresponsable del planeta, pero a juzgar por la forma en que sus integrantes se las han arreglado para hundir a Dilma Rousseff, merece un buen lugar en el podio de las peores, quizá junto a los colombianos. Para regocijo de multitudes que festejaron el resultado como si se tratara de un partido de fútbol, luego de una sesión parlamentaria que fue previsiblemente calificada de carnavalesca, 367 diputados, muchos de ellos corruptos seriales, votaron por someterla a juicio político no por haberse enriquecido robando plata sino por ocultar un déficit fiscal dibujando los números oficiales, algo que, dicho sea de paso, no está probado y, de todas maneras, habría sucedido antes de iniciar Dilma su gestión actual.

Pues bien, si manipular de tal modo las estadísticas es un crimen, virtualmente todos los gobiernos del mundo se verían en aprietos, ya que en Europa, América del Norte y otros lugares pocos días transcurren sin que políticos opositores acusen al oficialismo local de intentar encubrir así sus hipotéticos errores. A Dilma le ha tocado desempeñar el papel nada grato de chivo expiatorio por una catástrofe socioeconómica a la que, como muchísimos otros, contribuyó al dejarse llevar por el clima de optimismo que se difundió por el mundo algunos años atrás cuando muchos suponían que los “emergentes”, en especial los “Bric” -Brasil Rusia India y China-, serían las estrellas de mañana. Desgraciadamente para ella, resultó ser una ilusión; como consecuencia, decenas de millones de brasileños se sienten defraudados, víctimas de una estafa gigantesca.

Tienen sus motivos. Hasta hace apenas tres años, creían que Brasil, el país del futuro, pronto disfrutaría del “destino de grandeza” que desde hacía más de un siglo muchos le auguraban, erigiéndose en una potencia económica, política y -¿por qué no?- moral mundial que, además de convertirse en miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, sería protagonista del nuevo orden. Pasaban por alto el que el progreso que registraba Brasil hasta hace poco se debiera en buena medida a la voracidad de China y que, al moderarse el apetito al parecer insaciable del mastodonte asiático por materias primas y bienes agrícolas como la soja, se vería privado de golpe de los ingresos abultados a los que se había acostumbrado algunos años atrás. Merced a una campaña de miedo, en que acusaba a su contrincante Aécio Neves de ser un “neoliberal”. ¿Engañó a los votantes? Claro que sí..

Mientras que hace aproximadamente quince años populistas se consolidaban en el poder en varios países latinoamericanos al culpar a los “neoliberales” por las penurias que sufría el pueblo, ahora los corruptos están en el banquillo de los acusados.

Lula, el constructor principal de un “modelo” que hace agua por todos lados, los deseosos de echarlos cuanto antes se han aprovechado de la marejada moralizadora que, para alarma de docenas de gobiernos, incluyendo a la dictadura comunista-neoliberal china, está inundando el mundo entero.

Muchos brasileños esperan una versión propia del mani pulite italiano que, despejó el camino para la prolongada hegemonía de Silvio Berlusconi.

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