“Loco como una cabra”

Robert Shaves Ford

Desde que fue electo presidente de Venezuela, Nicolás Maduro llegó hasta el ridículo para elogiar la memoria de Hugo Chávez. El hombre de 53 años manifestó haber hablado con el espíritu de su predecesor, quien se le apareció en forma de “pajarito. Llegó hasta decir que Chávez debería ser santificado: una rara incursión en el cristianismo por parte de alguien que una vez comparó la multiplicación de los peces hecha por Jesucristo, con el socialismo venezolano cuando” Chávez multiplicó los penes” en vez de los “peces. Sin embargo, después de 17 años de gobierno revolucionario, es el ejemplo más extremo de mal gobierno que ha generado otros gobiernos de izquierda en la región, tales como Brasil y Argentina, y Ecuador y que han perdido poder con el fin del auge de los productos básicos.

Actualmente, Venezuela se ve afectada por cortes de suministro eléctrico, una inflación en aumento, tasas de homicidio que la convierten en el segundo país más peligroso de mundo y la escasez de productos básicos y medicamentos. Aliados idealistas, tales como el partido Podemos de España y el partido Syriza de Grecia ahora son críticos. José Mujica, el expresidente de Uruguay, dijo que Maduro “está loco como una cabra”. Más de dos tercios de los venezolanos creen que no debería terminar su mandato. Pero este Mugabe latinoamericano vocifera.

El Secretario de la OEA , don Luis Almagro, exministro de Relaciones Exteriores de Uruguay, durante todo el mandato de Mujica, convocó, en vista del desgobierno de Venezuela, a una reunión especial de la OEA con el objetivo que los países miembros voten, luego del análisis, si aplican a Venezuela la “Carta Democrática” un instrumento jurídico para la preservación de la institucionalidad democrática, la cual aparece seriamente destrozada por Maduro.

El ascenso de Maduro fue tan improbable como la sumisión en el caos fue predecible. Nacido en una familia de clase trabajadora de Caracas, o en Colombia, empezó a militar sin haber terminado la escuela secundaria. Después de recibir un año de educación socialista en La Habana, volvió a Caracas para trabajar como chófer de ómnibus y líder sindical del sistema del metro. Electo en 1998 después de que Chávez ganase las elecciones presidenciales, se transformó en orador de la Asamblea Nacional y en el 2006 en Ministro de Asuntos Exteriores. Su rápido ascenso se debió a un “braguetazo” y a su temperamento afable, a su lealtad revolucionaria. En 2012, Chávez, afectado por un cáncer terminal, le dio la bendición como su sucesor; el año siguiente, Maduro ganó las elecciones presidenciales por un pequeño margen.

A poco de asumir, la corrupción floreció en Venezuela, una narcocracia y un petroestado todo en uno. Internamente, la oposición se alzó con la victoria en el Congreso Nacional en las elecciones de mitad de período del año pasado e instó a un referéndum de “no confianza” que podría implicar la sustitución del presidente. Maduro, quien llama a los opositores “maricones”, jura que bloqueará este proceso avalado por la constitución chavista.

¿Qué cabe esperar? El papel del ejército como árbitro es central, especialmente si los actuales saqueos esporádicos se propagan.

Sin embargo, Maduro puede afianzarse. Henrique Capriles, líder de la oposición, teme que Venezuela sea “una bomba de tiempo”. Ambas hipótesis parecen tener mucho de cierto.

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