El amigo ruso...

Robert Shaves Ford

Mientras el presidente Bashar Asad recupera posiciones, fuerzas rusas empiezan a participar en operaciones de combate para ayudar al bando gubernamental. Ante esto Washington presiona a los países cercanos para que nieguen su espacio aéreo a vuelos rusos.

Los rebeldes -desde islamistas suníes radicales hasta nacionalistas- han avanzado en el noroeste y suroeste del país, combatiendo al Gobierno y al Estado Islámico, que controlan gran parte del este de Siria y el norte de Irak.

Ante esta debacle, el ‘amigo ruso’ ha llegado en misión rescate. No está claro qué pretenden. Podría ser preparar una pista aérea cerca de la ciudad portuaria de Latakia, una vía para recibir suministros o para una intervención a gran escala.

Asad ha cedido terreno a los seguidores de Al Qaeda, al Estado Islámico y a los rebeldes nacionalistas. Francia, el Reino Unido junto con EE.UU. están pensando qué hacer, pero esa irrupción sería en detrimento de la continuidad del régimen de Asad. Por eso no es extraño el resurgir de la presencia rusa, pues ha pasado de muy útil a más que necesaria.

El Ministerio de Relaciones Exteriores ruso señala que han suministrado armamento, sistemas de detección aérea y otros avances tecnológicos “para la lucha contra el terrorismo”. Moscú admite la presencia de “expertos”, para entrenar a los militares.

El Kremlin no quiere perder a su aliado y cliente ni su único puerto en el Mediterráneo. Considera que la ausencia de Asad el poder será ocupado por radicales del Estado Islámico, hostiles a Rusia. Aunque su postura respecto a Asad choca con la de las potencias occidentales, Rusia puede ser un aliado en la lucha contra el IS.

Occidente podía tomar ese guante pero fija como una de sus prioridades que Asad deje el poder. La oposición siria no es tan liberal como Occidente quisiera y su capacidad ofensiva está en entredicho.

Son cuatro años de guerra civil, con unos 250 mil muertos y la mitad de la población de 23 millones desplazada de sus hogares. Actualmente la extensión de la presencia del Estado Islámico y sus brutalidades han empezado a colocar a Asad como el menor de los males.

La estrategia de Estados Unidos es contener la influencia de Moscú, pero su renuencia de liderar la lucha abre otras posibilidades, como de una intervención directa de Rusia y el riesgo de “escalada en el conflicto”, con más civiles muertos y más refugiados, un fenómeno que preocupa a Europa.

Siria sirve como un escaparate geopolítico para Moscú. Moscú sabe que ser parte del “problema Asad” implica ser parte de una posible solución. Esa relevancia de Rusia en Oriente Próximo ha servido al Kremlin para asegurar que EE.UU. no aumente su apuesta en Ucrania.

Los rusos se han dado cuenta de que Europa empieza a buscar una salida para la escalada de sanciones recíprocas en la que se ha metido con Rusia. Por eso éste momento puede ser el más propicio para una nueva jugada audaz de Vladimir Putin.

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