Esta Rusia tan grande y tan pobre

Robert Shaves Ford

Una superpotencia militar con una economía tercermundista. Eso es Rusia. Desde el punto de vista económico, la cumbre entre Donald Trump y Vladimir Putin en el G-20 tuvo el mismo sentido que si el Presidente de Estados Unidos se hubiera reunido durante dos horas y 16 minutos con Juan Manuel Santos.

En realidad, Rusia está mucho peor que Brasil, porque tiene el mismo Producto Interior Bruto, pero más del doble de población. Y sus perspectivas económicas son muy malas porque su estructura económica es la de un país del Tercer Mundo. Exporta petróleo, gas natural, y otras materias primas, e importa todo lo demás. Lo único que rompe esa dinámica son las ventas al exterior de material militar (en gran parte heredado de la industria de la antigua Unión Soviética).

Que un país con la esperanza de vida de Bolivia, la economía de Colombia, y la riqueza por habitante de Ecuador cumpla el papel de Rusia en el mundo debería ser motivo de tesis doctorales. Un país con siete mil bombas atómicas que combina hipernacionalismo político y tercermundización económica es, claramente, un peligro. Moscú no puede cambiar eso. Sus exportaciones de materias primas suponen el 50% de los ingresos del Estado, y el 10% del PIB. Ésa es la economía de un país pobre: vender productos sin valor añadido, y comprar todo lo demás. Todos sus bancos están bloqueados por occidente.

Depender de las materias primas, además, es muy peligroso. Genera corrupción, porque se trata de industrias reguladas por el Estado por medio de concesiones y/o monopolios. Y produce ciclos de ‘boom and bust’, o sea, de burbujas y pinchazos. Eso se debe a que, cuando los precios suben, los países productores reciben cantidades ingentes de capital del exterior, la llegada de capital extranjero aprecia la divisa nacional, y es imposible exportar nada. Todo lo que no sean materias primas, se hunde, porque es más barato traerlo de fuera. El país se hace adicto a las exportaciones de materias primas, hasta que la burbuja pincha, los capitales extranjeros se van y la divisa nacional se estrella. Es lo que está pasado en Rusia desde 2014.En los tres primeros meses del 2017 se fugaron 65 mil millones de euros.

Esta economía no es fruto de la casualidad, sino de los designios del Gobierno ruso. Vladimir Putin ha tratado de desarrollar un modelo económico basado en las materias primas con el objetivo de que Rusia crezca a un ritmo de entre el 4% y el 6% anual, lo que permitiría generar recursos para transformar la economía. Aunque, en realidad, esa segunda parte de la ecuación nunca quedó muy clara, así que los ingresos de los años del petróleo caro se destinaron a enriquecer al Presidente ruso, y a mantener las ciudades que dependen de la industria pesada. Acabado el petróleo caro, el petroestado ruso se ha quedado con lo puesto. Si el crudo no sube, a Rusia solo le queda el nacionalismo. Eso, y 7.000 bombas atómicas.

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