La crispación de los poderes

Robert Shaves Ford

Cuando nuestra Constitución consagró el principio de la división de los poderes, estableció al mismo tiempo los fundamentos de la república. Mientras en la monarquía absoluta alguien, por ejemplo el rey o una asamblea, tiene todo el poder, en la república coexisten varios titulares del poder. El poder de cada uno de ellos, por lo tanto, es parcial.

En la República coexisten, por lo visto, varios poderes parciales, justamente para evitar que alguno de ellos concentre en sus manos el poder total, es decir, para evitar que se regrese otra vez a la monarquía. La república nació así del rechazo a la monarquía, porque la concentración del poder en una sola mano se consideró peligrosa para el principio que preside el sistema, es decir, el principio de la libertad de los ciudadanos. Si alguien posee una parte del poder republicano, se supone que, para que su poder sea funcional, se alimente del espíritu republicano, es decir de la autolimitación de su propio poder. Si el titular de algún poder republicano busca, al contrario, excederse en sus funciones, como ha hecho el presidente Santos con su “mermelada”, la Corte Suprema (algunos de sus miembros como Bustos y Ricaurte, ambos expresidentes de la Corte, y otros magistrados a vender sentencias por millonarias sumas caso especial del señor Bustos (lo de señor es una gentileza periodística) que de vivir en el Sur de Bogotá y gracias a sus fallos y su “experticia inmobiliaria” vive en un apartamento de cerca de 3.000 millones de pesos en Los Rosales de Bogotá) entonces en lugar de la división de los poderes acontece lo que podríamos denominar “la crispación de los poderes”, en la medida en que los otros poderes buscaran cada uno su cuota “millonaria”. Claro, sin ética. Ni que decir del “llamado” “Consejo Superior de la Judicatura, una puerta giratoria de pasar de una a otra corte, claro, con la terna del señor Santos y la aprobación del Congreso, es decir del expartido de la “U”, con el consiguiente desgaste del sistema Republicano debido al conflicto entre sus miembros. Hemos entrado en el desfiladero de la crispación de poderes.

Lo que pasa es que nuestro sistema político no ha podido liberarse del todo de la nostalgia monárquica. Hay entre nosotros, todavía, cierta reminiscencia por el poder total (Santos la practica). El Congreso la anhela y la ejerce, todos quieren cierto anhelo por la unidad del mando. Siendo como es la sede del impulso hacia la unidad, el poder Ejecutivo es el portavoz natural de la vocación autoritaria, mientras que la opinión pública y los medios privados de comunicación son la sede natural de las energías que buscan, raras veces, contenerla en el seno de la sociedad.

¿Cómo conciliar entonces la disciplina social con la autonomía de cada uno de nosotros, con “nuestra” autonomía”?

Es fácil describir, a partir de aquí, los excesos a los que se expone cualquier intento de conciliar la autoridad del Estado con la autonomía de los ciudadanos. En los extremos de este dilema campean naturalmente la anarquía y el autoritarismo. ¿Cómo debiera ser un sistema capaz de reunir la disciplina social y la libertad individual en el curso de una sola experiencia? Quizá sabiendo elegir y no teniendo los medios de comunicación tan serviles a los “tres” poderes de la Moribunda República.

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