La novena olvidada

Sinforoso

En esta temporada navideña rezamos la novena, llena de palabrejas rococudas, que entendemos solo por acto de fe. Siempre pensé que “Adonaí potente” era un remedio para la disfunción eréctil, y que la “lumbre de Oriente” era el nombre de una fábrica de fuegos artificiales. “Emanuel preclaro” es toda una incógnita newtoniana, pues no sabemos qué color existe antes del claro… ¿el transparente?

Develar esos misterios lingüísticos requiere de “sapiencia suma”; y con los glotones rezos, “Dios humanado” puede terminar rimando con “pernil ahumado” en cualquier descuidado villancico.

La primera novena que se rezó en Colombia no fue el benemérito best seller que hoy conocemos como la “Novena de Aguinaldos”, ese tratado etimológico escrito por la madre María Ignacia, que antes de ordenarse como monja se llamaba Bertilda Samper Acosta, hija del político liberal José María Samper, oriundo de Honda, aunque su descendencia se sienta bogotana de pura cepa.

La novena original fue diseñada por un cura ecuatoriano, fray Fernando de Jesús Larrea, y difundida en Colombia por una señora que tuvo que fundar el ‘Colegio de la Enseñanza’, para que la plebe aprendiera a pronunciar su nombre: Doña Clemencia Gertrudis de Jesús Caicedo Vélez Ladrón de Guevara de Aróstegui y Escoto. Se desconoce si tenía apodo, pero lo dudamos.

Sor Ignacia debió otorgarse la licencia de editora navideña, tal vez movida por el ímpetu libertario de su padre. No obstante el nombre de Bertilda, es un anagrama de la palabra libertad, lo que demuestra dos cosas: la fuerza de las ideas democráticas de don José María Samper; por un lado, y por el otro, el deterioro de las nuevas generaciones, pues es obvio que la madre Ignacia no oró lo suficiente, ya que un pariente suyo, nacido un siglo después, terminó llenando el país, con ocho mil elefantes, no aptos para el pesebre, producto de la nieve tropical, no apta para navidad.

La antigua y olvidada novena del señor Larrea hoy sería un despropósito. El primer día pedía “reverencias a las camisitas del niño”. Con lo jodido que está el gremio textil por las importaciones, en nuestros pesebres le hubieran puesto camisetas chinas al muchachito, o lo hubieran reemplazado por un buda con ombliguera para la buena suerte.

El segundo día se reverenciaban los pañales del niño Jesús, lo que me parece de mal gusto, pues un niño defecando es un niño defecando, por más que sea el Dios Humanado. Uno reza para que se abran “los cielos y llueva de lo alto, bienhechor rocío como riego santo”. Donde lo que llueva sea una divina excreción, dudo mucho que huela a “fragante nardo”.

Los tiempos cambian y nos hemos vuelto menos piadosos. La novena del curita era un asunto exigente, había que rezarla con látigo y durmiendo en cama de piedra, ayunando y guardando castidad. No es como ahora que hay pesebres hasta en los moteles, los amantes interrumpen el himeneo para bajar al lobby a rezar la novena, y se atragantan con una docena de buñuelos y natillas, que muy seguramente, será lo más santo que pondrán en su boca.

Esta novena tenía hasta un día para visitar a los enfermos en los hospitales, y rezar por su salud. Ya los tiempos cambiaron. Hoy la parentela tiene miedo de enfermarse en diciembre, pues su prole dirá que “se tiró la rumba navideña” y uno no quiere cargar con ese karma de “doliente amparo”.

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